TEMAS HISTÓRICOS DE LA BIBLIA

HEBREO, HEBREOS

Adjetivo gentilicio que designa el linaje del pueblo judío, la nación de Israel. (HEBREO, PUEBLO.)

HEBREO, IDIOMA

Idioma empleado para escribir todos los libros del Antiguo Testamento, con excepción de breves porciones de Esdras, Daniel y un versículo de Jeremías. Sin embargo, los judíos no llamaban hebreo a su idioma, sino «lengua de Canaán» (Is 19.18) o «lengua de Judá» (Neh 13.24; Is 36.11). En el Nuevo Testamento el término hebreo se emplea para designar tanto el arameo como el hebreo. Más tarde los rabinos al referirse al hebreo prefirieron llamarlo la «lengua sagrada».
El hebreo es un idioma que pertenece a la rama cananea de los idiomas semíticos y es semejante al ugarítico, fenicio, moabita y edomita. Posiblemente los hebreos adoptaron el dialecto de los cananeos al entrar en Palestina, y lo modificaron con algunas características de su idioma arameo. El idioma resultante se convirtió en el hebreo del Antiguo Testamento.
El hebreo se distingue por consistir en palabras con solo tres consonantes. Se escribe de derecha a izquierda y la estructura de sus frases es sencilla. El alfabeto consta de veintidós consonantes. Antiguamente se escribía sin indicar los sonidos vocales, los cuales se sobreentendían. El sistema para indicar estos sonidos se desarrolló andando el tiempo, y el que se halla en el texto masorético se confeccionó por los masoretas de la Escuela de Tiberio ca. 800 d.C.
Los sustantivos en hebreo se derivan mayormente de los verbos e indican, como en español, la persona o cosa que actúa o existe descrita por el verbo. El hebreo es concreto y práctico; es un idioma de acción. Su base es el verbo, muy sencillo en su expresión.
Aunque el tiempo se puede expresar como presente, pasado o futuro, la distinción entre ellos es flexible. El verbo aparece en dos estados: el perfecto y el imperfecto. Se puede indicar que la acción del verbo está determinada, o considerada como tal, con el perfecto.
Por otra parte se indica que la acción está incompleta, o considerada como tal, por medio del imperfecto. El imperfecto se modifica para indicar el imperativo y el modo voluntativo. Además de los dos estados, la raíz del verbo se puede modificar para indicar siete clases distintas de acción. Se emplean ciertos cambios de vocales y consonantes para mostrar estos cambios. Dos de ellos se emplean para indicar el activo y pasivo de una acción sencilla. Otros dos cambios se usan para indicar una acción intensiva o de esfuerzo especial. Un cambio indica acción reflexiva sobre el sujeto del verbo. Dos cambios finales se emplean para indicar acción causativa en su forma activa y pasiva, por ejemplo: «él reinó» se cambia a forma causativa para decir «él hizo rey» (a alguien) o en pasivo «él fue hecho rey».
Naturalmente, el hecho de que los verbos no expresen claramente el tiempo da lugar a diversas interpretaciones, y por eso la traducción del Antiguo Testamento es más fluida que la del Nuevo Testamento. Muchas veces el hebreo emplea una serie de infinitivos para hacer gráfico un cuadro verbal. Aunque es un idioma concreto, el hebreo es pintoresco en sus descripciones; expresiones breves y fuertes dan la idea de energía y fuerza. Al lado del castellano el hebreo parece brusco y muy directo, pero en él se puede decir mucho con pocas palabras. Sin embargo, utiliza a la vez mucha repetición, como se ve especialmente en el paralelismo de la poesía hebrea.
Un problema con el hebreo es la ausencia de casos para los sustantivos. Por regla general se emplean las preposiciones y pronombres para indicarlos. El genitivo se indica por una combinación de sustantivos que a veces es ambigua. Por ejemplo, la expresión «un salmo de David» puede indicar un salmo dedicado a David, un salmo escrito por David o un salmo de la colección de David.
El hebreo más depurado se produjo durante la época de la monarquía y se encuentra en los libros de Reyes, Samuel, Jueces, etc. El hebreo de Amós, Isaías y Miqueas es también clásico en su pureza. Antes de la época cristiana el hebreo se sustituyó por el arameo como idioma popular, pero continuó como idioma de las Escrituras y hoy en día goza de nueva aceptación porque es el idioma oficial del actual estado de Israel.
Ciertas palabras en hebreo son tan significativas que es casi imposible traducirlas. Ejemplos son las palabras que expresan pecado, amor leal de Dios (khesed), «arrepentimiento», «ofrenda por el pecado», «justicia», «rectitud», «ley», «instrucción» (Torá), etc.

HEBREO, PUEBLO

En la Biblia, la historia de la formación, desarrollo y consolidación del pueblo hebreo abarca un período que va desde Abraham hasta Salomón. Comienza en Gn 12 y sigue por todo el resto del Pentateuco, los libros de Josué, Jueces y Samuel, hasta 1 R 11.43, o su paralelo en 2 Cr 9.31. A groso modo se distinguen cuatro períodos en la historia de este pueblo: el de los patriarcas, el de la confederación de tribus o anfictonía, el de la conquista de la tierra de Canaán y el de la monarquía unida.
LOS PATRIARCAS
Abraham, o Abram, fue la primera persona en la Biblia que se le llamó hebreo (Gn 14.13). Después de eso, sus descendientes a través de Isaac y Jacob se les conoció como hebreos (Gn 40.15; 43.32). El término se usa cinco veces en la historia de José (Gn 39.14–43.32), incluyendo una referencia que hace de él la esposa de Potifar: «El siervo hebreo» (Gn 39.17). También José le dice al copero del faraón: «Porque fui hurtado de la tierra de los hebreos» (Gn 40.15).
El pueblo de Israel siempre relacionó sus orígenes con quince nombres: Abraham, Isaac, Jacob y los doce hijos de este. El período de los patriarcas abarca los caps. 12–50 de Génesis. Empieza con el relato de 12.1–25.26, que gira alrededor de Abraham, de quien se dice que procedía de Ur, una de las tres ciudades principales del período acádico.
Después que Abraham abandona Ur juntamente con toda su familia y se traslada al occidente para poseer Canaán, la tierra que Dios le prometió, la historia del pueblo hebreo gira en torno a la posesión, pérdida y reconquista de esta tierra. De ABRAHAM saldrían varios pueblos además del hebreo. De su hijo Ismael saldrían los árabes; de uno de sus hijos con Cetura, los madianitas; de su sobrino Lot, los amonitas y los moabitas; y de su nieto Esaú los edomitas. Todos estos pueblos jugarían un papel muy importante como vecinos de los hebreos. Los hebreos propiamente dichos descienden, según el relato bíblico, directamente de ISAAC y de JACOB, cuyas peregrinaciones y experiencias se relatan en Gn 26.1–35.29.
El origen del término hebreo es un misterio para los eruditos. Varias teorías y conjeturas, dignas de estudio por separado, se han dado en cuanto al origen etimológico de la palabra «hebreo». No obstante, vale la pena observar la insistencia bíblica en el carácter semita de los hebreos y el papel importante que jugó Heber, bisnieto de Sem, en todo el Oriente (Gn 10.21ss). Algunos creen que la palabra surge de este prominente hombre del antiguo Medio Oriente conocido como Heber. De ahí que lo consideren como epónimo de los hebreos. Heber fue un descendiente de Noé a través de Sem y un antepasado de Abraham.
Heber, significa literalmente: «del otro lado», lo que quizás se refiera a la partida de Abraham desde Ur, una región al este del río Éufrates. Esta posibilidad armoniza con la declaración de Dios a los hebreos en tiempos de Josué: «Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di Isaac. A Isaac di Jacob y Esaú. Y a Esaú di el monte de Seir, para que lo poseyese; pero Jacob y sus hijos descendieron a Egipto» (Jos 24.3–4). De los descendientes de Heber, se destacan Abraham, Nacor y Lot.
Algunos creen que el pueblo llamado habiru (o gabiru) que se menciona en textos de Mesopotamia y Siria Palestina del segundo milenio a.C. son los hebreos. Sin embargo, habiru se refiere más a cierto estrato social que a una raza. Es posible que los hebreos se incluyeran algunas veces entre los habiru (aunque de esto no hay certeza), pero los dos términos son sinónimos. Se cree que los hebreos fueron seminómadas que no llegaron a convertirse en un pueblo sedentario sino hasta mucho después de su entrada a Canaán (posiblemente Abraham fuera un caravanero comerciante). Hasta entonces eran más un clan (cam) que un pueblo o nación (goy).
El período de los patriarcas se diversifica con la presencia de los doce hijos de Jacob, nacidos de cuatro mujeres diferentes, vestigio quizás de diversos orígenes, seis de Lea, dos de Zilpa, dos de Raquel y dos de Bilha. Se relatan las experiencias de algunos de estos doce personajes, como por ejemplo, la guerra que Simeón y Leví declararon a los siquemitas (Gn 34), el incidente de Judá con Tamar (Gn 38) y, muy especialmente, todo lo concerniente a José (Gn 37–50). De especial interés para un estudio de los orígenes del pueblo hebreo es Gn 49, donde algo se dice en relación con lo que sucedería a cada uno de estos doce patriarcas.
En los orígenes del pueblo hebreo, como en los de todo el pueblo, hay huellas de la existencia de diferentes mezclas: «También subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes» (Éx 12.38). En el Antiguo Testamento, hay una considerable evidencia de que los mismos hebreos se consideraron una raza mixta. En el tiempo que vagaron por el desierto y durante sus primeros años en Canaán, los hebreos experimentaron una mezcla de sangres debido a los matrimonios con las naciones vecinas. Cuando Abraham deseaba una esposa conveniente para Isaac, envió a buscar a Padan-aram, cerca de Harán, a Rebeca, hija del arameo Betuel (Gn 24.10). Jacob encontró a Raquel en el mismo lugar (Gn 28–29).
La sangre egipcia también apareció en la familia de José a través de los dos hijos de Asenat, Efraín y Manasés (Gn 41.50–52). Moisés tuvo una esposa madianita, Séfora (Éx 18.1–7), y una esposa etíope (cusita; Nm 12.1). Un buen núcleo de madianitas (Nm 11.4) parece haberse sumado a los hebreos. Los ceneos y recabitas llegaron a ser hasta más fieles a Jehová que los mismos judaítas (Jer 35.6–14). Y, naturalmente, cuando de buscar los orígenes hebreos se trata, no debe pasarse por alto Dt 26.5–9. Todo el período se cierra, finalmente, con el descenso de todo o parte del pueblo hebreo a Egipto; abarca los años de ca. 2000 a ca. 1700 a.C.
LA CONFEDERACIÓN DE TRIBUS
Los hicsos, ca. 1720 a.C., un pueblo de origen semita que ya dominaba toda Palestina, lograron dominar a Egipto y permanecieron allí ciento cincuenta años, constituyendo las dinastías XV, XVI y XVII. No es raro, por tanto, que José, siendo semita, alcanzara una posición de gran distinción bajo un faraón también semita.
Tampoco es raro que una vez expulsados los hicsos en 1570 a.C., por la famosa dinastía XVIII, los semitas que quedaron en Egipto fueran sometidos a dura esclavitud hasta ca. 1280 a.C., cuando Moisés logró reunir espiritual y materialmente a los elementos descontentos del pueblo de Israel para conseguir que se produjera el éxodo.
En el relato bíblico es notoria la independencia con que cada tribu actuaba al tomar sus decisiones y cómo estas se respetaban. Por otro lado, es también notoria la fuente de cohesión que las mantenía unidas alrededor de una sola deidad, Jehová, y de la experiencia del éxodo. Durante la peregrinación por el desierto, que duró toda una generación, se produjeron otras experiencias aglutinantes como la del Sinaí y, sin duda, otra gente de común origen se añadieron a la anfictionía. Al llegar en plan de conquista a Palestina, ya había un pueblo definido, aunque todavía por mucho tiempo cada tribu iba a mantener su identidad y, en muchos sentidos, su independencia en acción.
CONQUISTA DE LA TIERRA
La obra de Moisés había delineado en gran forma la anfictionía. A Josué tocaba la tarea de conducirlos en la conquista, dirigir el establecimiento ordenado de cada tribu, y guiarlos finalmente a lo que podría llamarse la consolidación de la anfictionía bajo un pacto eterno. Este pacto se relata dramáticamente en Jos 23.1–24.28.
La conquista no fue fácil ni rápida, pues había ya establecidos en la tierra otros pueblos y anfictionías con los cuales fue necesario pelear. A veces los hebreos quedaban como señores y amos, y otras como esclavos. No fue sino hasta el establecimiento de la monarquía absoluta que habría de cambiar la antigua anfictionía. De un sistema cuyo énfasis era la autonomía tribal, cambiaron a otro centrado en la nueva fisonomía monárquica.
ESTABLECIMIENTO DE LA MONARQUÍA
Los «ancianos» o jefes de tribus se dieron cuenta de que únicamente uniéndose bajo una autoridad central podrían someter a sus enemigos y establecer en el país un clima de paz que les permitiera organizarse y trabajar.
Después de algunos fallidos intentos escogieron a Saúl, más que todo por su evidente carisma, como jefe único de todas las tribus. Con él se establece la monarquía. Pero debido a que el momento era de transición, su tarea como «rey» no fue muy ilustre ni feliz. Tocó a David consolidar el reino sobre el trabajo iniciado por Saúl, para lo cual primero sometió a todos sus enemigos. Luego emprendió la conquista de otros pueblos y estableció un verdadero imperio. Los límites del reino davídico circundaban prácticamente toda la Palestina.
Salomón, con quien se afirma la dinastía davídica, sería el encargado de someter por la fuerza todo residuo de resistencia tribal interna y de enriquecer y llenar de gloria al pueblo hebreo durante su reinado. Es lamentable, pero también en el período salomónico se inició la desintegración del gran imperio davídico y la división del pueblo hebreo en dos naciones que jamás volverían a unirse: Judá e Israel.
CONCLUSIÓN
Aunque aun quedan muchos asuntos sin resolver acerca del origen de los hebreos, ninguna cultura les iguala en contribución a la humanidad. En un mundo pagano con muchos dioses, los hebreos adoraron a un supremo y santo Dios que demanda rectitud de su pueblo. De los hebreos también nació Jesucristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien dio su vida para librarnos de la maldición del pecado.

ARQUEOLOGÍA

Ciencia que estudia los restos del pasado humano, aunque limitada en cuanto a que los «restos» solo ofrecen una vista parcial de la antigüedad. Descubre evidencias materiales que han sobrevivido al paso del tiempo, pero no así las ideas, la organización social y la vida de los antiguos. Estas las infiere, sin ofrecer seguridad absoluta. No obstante, la arqueología ha brindado un valioso aporte al estudio de las Escrituras.
EL MÉTODO ARQUEOLÓGICO
La arqueología científica data de la excavación de Tell-el-Hesi por Sir Flinders Petrie en 1890. Los años transcurridos han servido para perfeccionar el método arqueológico.
Anteriormente se excavaba en busca de piezas para museo y hallazgos espectaculares. Petrie por primera vez prestó atención al método, al detalle y a la conservación de la evidencia obtenida. Hoy se excava con precisión y meticuloso cuidado porque el hallazgo arqueológico solo tiene valor si se estudia en su contexto. Como la excavación destruye ese contexto, es imprescindible mantener registros exactos, junto con planos y fotografías que permitan reconstruir la situación original de cada hallazgo.
Las condiciones naturales hacen que ciertos lugares sean más apropiados para la ocupación humana. En estos sitios la ocupación repetida ha formado a lo largo de los siglos una colina en forma de cono truncado, que en ocasiones alcanza 25 e incluso más metros de altura sobre el nivel original del terreno. Al excavar esta colina o TELL se presta especial atención a cada estrato o nivel de ocupación. La identificación del estrato a que corresponde cada piso, cada objeto, cada muro o pared es de vital importancia. Solo así se puede determinar la relación que existe entre los distintos hallazgos de un tell.
A cada estrato corresponden ciertos tipos de cerámica. La evolución en el estilo, decorado y método de fabricación permite distinguir distintos tipos. Debido a la fragilidad, ubicuidad y durabilidad de la cerámica, el estudio de sus tipos constituye hoy uno de los aspectos más importantes en la arqueología. Aunque son importantes la evolución tipológica del arte, la arquitectura, etc., nada es tan valioso como los cascos de cerámica que se encuentran por todas partes. Para los períodos precerámicos de la Edad de Piedra se estudia la industria pedernal. Las hachas, cuchillos y otros implementos de piedra presentan características de forma y estilo que permiten estudiar su evolución y la identificación de sus tipos.
Más que afortunado es el arqueólogo que encuentra alguna inscripción. Ya sea un ostracon (así se llama el casco de alfarería en que se ha escrito algo), una inscripción monumental, algunos trazos labrados en piedra, o un pedazo de papiro o pergamino tal como los rollos del mar Muerto. Epigrafía es la ciencia que descifra la inscripción y estudia la evolución de la escritura.
CRONOLOGÍA.
La primera edición del Diccionario de la Santa Biblia (1890) decía: «En esta obra se ha adoptado la cronología de Ussher, generalmente aceptada. Si bien es cierto que hay incertidumbre no pequeña en cuanto a algunas épocas antiguas, también lo es que las especulaciones científicas que pretenden aumentar en muchos miles de años las edades primitivas de la humanidad sobre la tierra no han sido de ningún modo confirmadas por las investigaciones ulteriores». La situación ha cambiado radicalmente desde entonces.
El análisis tipológico de los hallazgos arqueológicos, especialmente de la alfarería y de la industria pedernal, ha permitido la elaboración de una «cronología secuencial». Es decir, se ha podido establecer la posición relativa que corresponde a cada tipo. Esta CRONOLOGÍA secuencial se convierte en «cronología absoluta» cuando, gracias a un descubrimiento epigráfico, por ejemplo, se logran identificar los tipos con períodos determinados.
Para la cronología absoluta de la Palestina en tiempos históricos se depende de los sincronismos entre Palestina, Egipto y Mesopotamia, ya que las cronologías de estos lugares se han fijado con bastante exactitud sobre las bases de cálculos astronómicos.
Para los tiempos prehistóricos se depende de otros métodos, por ejemplo, el análisis del contenido de carbono 14 en la materia orgánica.
Como resultado de estas investigaciones, hoy sabemos de la presencia humana en la Tierra Santa desde fines del período Paleolítico. El Homo galilaeensis de Capernaum y Nazaret vivió durante la tercera época interglacial (Riss-Würm), ca. 180.000–120.000 a.C. Desde entonces la Palestina ha sido escenario de la actividad humana.
TRASFONDO CULTURAL DE LA BIBLIA.
Hubo tiempo en que la Biblia era nuestra principal fuente de conocimiento sobre la historia antigua, y por tanto no se relacionaba con su marco histórico. Ha sido en este campo donde la arqueología ha hecho su mayor contribución, iluminando los antecedentes históricos y culturales de la Biblia. Basten algunos ejemplos. Las tabletas de RAS SARMA, halladas en el sitio de la antigua ciudad de Ugarit, al norte de Canaán, dan a conocer de primera mano la religión y cultura de los cananeos de la época preisraelita.
Las tablas de NUZI, al norte de Mesopotamia, nos ayudan a entender las costumbres características del período de Bronce Medio, la era de los patriarcas, tales como el interés de RAQUEL en los ídolos de Labán (estos transmitían el derecho de heredad) y la preocupación de Abram por el esclavo ELIEZER: Lo había adoptado para que le cuidase en el ocaso de su vida.
Las cartas de TELL EL AMARNA reflejan las condiciones políticas de Palestina, con las rivalidades entre los monarcas vasallos del faraón que derrumbaron el Imperio Egipcio y permitieron la conquista de Canaán por los israelitas.
LA VERDAD DE LA BIBLIA Y LA ARQUEOLOGÍA.
A pesar de que la arqueología ilumina el marco bíblico de manera maravillosa, no puede decirse, como con frecuencia se hace, que «la arqueología prueba la verdad de la Biblia». Tal afirmación pasa por alto no solo la naturaleza de la arqueología, sino el carácter de la Biblia misma.
Usar la arqueología para «probar» la verdad de la Biblia es negarle a la arqueología su valor de ciencia independiente. La investigación arqueológica no puede hacerse con ideas preconcebidas, sino objetivamente, de modo que su contribución al estudio de las Escrituras sea válida. Por otra parte, si fuese posible, por ejemplo, probar arqueológicamente la migración de Abraham desde Ur hasta Canaán, todavía no se habría probado que «la Biblia tenía razón». La Biblia no se interesa por explicar la migración de Abraham como parte de los movimientos de pueblos ocurridos durante el Bronce Medio, sino que nos dice que Abraham dejó Mesopotamia y se fue a Canaán porque Dios lo había llamado. Tal afirmación no se puede probar ni refutar sobre bases arqueológicas; pero es precisamente esta declaración de fe, y no el simple hecho de que Abraham cambió su domicilio, lo que constituye la verdad bíblica.
Dicho todo lo anterior, hay que añadir que en multitud de casos las investigaciones arqueológicas, precisamente porque son hechas de manera objetiva, han comprobado la exactitud de muchas referencias geográficas, históricas y de otro tipo que los detractores de la Biblia habían tildado de erróneas.
LA ARQUEOLOGÍA Y LAS LENGUAS BÍBLICAS.
La arqueología ha hecho accesible un número extraordinario de documentos e inscripciones en las lenguas del Oriente antiguo. Aparte del valor de estos escritos para esclarecer el marco histórico y cultural de la Biblia, el estudio de estas lenguas nos ha permitido comprender los idiomas bíblicos mucho mejor. Palabras y hasta frases cuyo significado había que adivinar más bien que traducir, hoy son inteligibles gracias al estudio comparativo de estas lenguas. De ahí que las nuevas versiones bíblicas se aproximen más al sentido real de los originales hebreo y griego.
PERÍODO PREISRAELITA.
Hacia fines del período Paleolítico apareció en la zona del Carmelo el Homo carmelitanas, identificado como tipo intermedio entre el hombre de Neanderthal y el Homo sapiens. Desde entonces, debido a su situación geográfica, la Palestina se hizo puente de transición. El hombre natufiano del Mesolítico (8000–6000 a.C.), tipo fundamental de la raza semítica, manifestó los comienzos de la agricultura y de la cultura sedentaria. En el Neolítico (6000–4000 a.C.) apareció la primera ciudad, Jericó, y se introdujo la alfarería (ca. 5000 a.C.). El Calcolítico (4000–3000 a.C.) se caracterizó por el uso corriente del cobre. De este período viene la Estrella de Gassul, figura geométrica de fino gusto artístico y expresión de una cultura avanzada.
La Edad de Bronce se divide en Bronce Antiguo (3000–2100 a.C.), Bronce Medio (2100–1550 a.C.) y Bronce Reciente (1550–1200 a.C.). Durante el Bronce Antiguo la población de la Palestina aumentó considerablemente. Se establecieron numerosas ciudades amuralladas con calles bien trazadas y alcantarilladas. Se inventó el torno y el horno cerámico que mejoraron muchísimo la alfarería. En el Bronce Medio, la época de los patriarcas, la invasión de los amorreos destruyó la civilización del Bronce Antiguo.
Los estratos dan muestra de repetidas destrucciones, evidencia de la inseguridad reinante. Egipto ejerció cierta influencia cultural y política de manera esporádica, hasta que con el advenimiento de las dinastías XVIII y XIX, durante el Bronce Reciente, estableció una vez más su autoridad en el área.
PERÍODO ISRAELITA
Una nueva destrucción marca el comienzo de la Edad de Hierro. Los invasores llegaron en dos grupos. Desde el desierto los israelitas se apoderaron de la región montañosa y dejaron huellas de su destrucción en Bet-el, Laquis, Debir, Hazor y otras plazas fuertes. Desde el Mediterráneo los «Pueblos del Mar», entre ellos los filisteos, traían consigo el secreto de la siderurgia, aprendido de los heteos de la Anatolia.
Los períodos Hierro I (1200–900 a.C.) y Hierro II (900–600 a.C.) abarcan la conquista, la época de los jueces y la monarquía. Al principio los filisteos retuvieron el monopolio del hierro, obstaculizando así el desarrollo de Israel, pero en tiempos de David los israelitas aprendieron a trabajar ese metal.
De la época monárquica tenemos relativamente poca evidencia. Las excavaciones en Meguido y Samaria nos suministraron muestras del arte arquitectónico fenicio. La reciente expedición a Arad descubrió un templo israelita. Materiales de este tipo nos permiten inferir cómo debe haber sido la Jerusalén de Salomón.
El Hierro III (600–300 a.C.) se conoce también como Período Persa. De ahí en adelante los períodos reciben designación histórica: Helenista (300–63 a.C.), Romano (63 a.C. —323 d.C.), Bizantino (323–636 d.C.) e Islámico (636 d.C. hasta hoy). Cada nueva excavación y cada nuevo descubrimiento arrojan valiosísima luz sobre la Tierra Santa y las naciones vecinas, y nos permite así una mejor comprensión del mensaje eterno de Dios en el contexto histórico.

CRÍTICA BÍBLICA

Tarea sistemática aplicada al estudio del texto bíblico, de sus contextos históricos y literarios, con la intención de llegar al mensaje original que sus autores tenían en mente y que sus primeros receptores comprendieron. El propósito es intentar que aquel mensaje del texto bíblico llegue hasta las comunidades de hoy, en sus respectivos contextos.
Esta tarea está definida por dos elementos bien concretos. En primer lugar, es crítica, y en segundo lugar, es bíblica. La palabra «crítica» viene de la voz griega krinein, que significa «juzgar», «discernir». No debe entenderse, por lo tanto, en sentido negativo, sino más bien neutro. Este término califica la labor de los biblistas o exégetas, quienes utilizan principios y técnicas claramente definidas y desarrolladas de manera científica a través de los años. Y es bíblica porque trabaja dentro de los límites establecidos por el canon de las Sagradas Escrituras. La Biblia es un texto muy diferente a cualquier otro tipo de escrito antiguo o moderno, pues se le reconoce no solo como literatura, sino sobre todo como Palabra de Dios.
Esta disciplina tiene como meta final comunicar el mensaje de salvación y confrontar a hombres y mujeres con la voluntad soberana del único Dios y Señor del universo.
El campo de la crítica bíblica es amplio y complejo. Las técnicas y métodos utilizados en la misma se han venido acumulando a través de muchos siglos. Durante los dos últimos siglos, y sobre todo en el siglo XX, la crítica bíblica se ha desarrollado tremendamente. La lista de métodos y ciencias auxiliares ha aumentado considerablemente. En este ensayo intentamos presentar el perfil de las ciencias y métodos que se han hecho clásicos y que han venido a enriquecer la tarea de la exégesis bíblica.
CRÍTICA TEXTUAL (→ CRÍTICA TEXTUAL DEL ANTIGUO TESTAMENTO)
Esta disciplina busca averiguar las palabras exactas que el autor empleó, si estas se han alterado en el transcurso de los siglos después de haberse copiado el texto. No es de extrañarse que los escribas, que no contaban con los métodos modernos de composición e imprenta, se hayan equivocado a veces en la reproducción manuscrita de los textos. En escritos tan extensos y que por espacio de 1500–2500 años se produjeron así innumerables veces, era inevitable que el texto sufriera numerosas variaciones. Cambios no intencionales (contaminación de textos paralelos, errores cometidos al copiarse un texto, etc.) y cambios deliberados (aclaraciones, la eliminación de durezas gramaticales, «correcciones» doctrinales, etc.) oscurecieron muchas veces el texto del autógrafo.
Puesto que no nos ha quedado ningún autógrafo bíblico, y los manuscritos antiguos varían entre sí, la crítica textual desempeña un papel vital en el estudio de las Escrituras.
Providencialmente, sus resultados han sido tan positivos que se ha logrado reconstruir, en el 99, 9% de los casos, el texto original. Esto se ha conseguido no solo con el estudio minucioso de manuscritos copiados en el idioma original ( TEXTO ), sino también con el cotejo de traducciones antiguas en otros idiomas ( VERSIONES ) y con el examen de las citas bíblicas tomadas de autores casi contemporáneos. Las siguientes versionas españolas se basan en textos científicamente establecidos: BC, BJ, HA, LA, NC, VM.
CRÍTICA LITERARIA
Se ha definido de dos maneras. La primera, es una metodología desarrollada el siglo pasado y tiene como meta descubrir si el pasaje estudiado es una unidad integral y original o ha sufrido alteraciones, extensiones o recortes. En relación con lo anterior, el crítico literario investiga cuál es el contenido original de un texto y cuáles son los añadidos. Se preocupa también por preguntar cuáles son los diferentes estratos que componen un escrito o libro. Vista desde esta perspectiva, a la crítica literaria le interesa descubrir cuál es la génesis, es decir, los orígenes de un texto.
Para distinguir esta crítica de la textual, solía llamársele la «alta crítica», porque constituye el aspecto posterior (o «superior») del proceso crítico, que depende del previo trabajo textual.
Aunque los rabinos y los padres eclesiásticos la practicaban hasta cierto punto ( CANON ), la crítica literaria como ciencia data de la Introducción al Antiguo Testamento , de J.C. Eichhorn (1787). Este examinó la estructura interna de cada libro, las fuentes utilizadas y el modo de combinarlas o elaborarlas. La «crítica de las fuentes» se realiza con mayor acierto cuando se cuenta con una fuente documentaria utilizada por el propio autor bíblico. Por ejemplo, los libros de Samuel y Reyes, a los que recurrió con frecuencia el autor de los dos libros de Crónicas, nos permiten sacar conclusiones bien definidas respecto al estilo literario del cronista.
En cuanto al Nuevo Testamento, se cree comúnmente que Marcos sea una de las fuentes principales de los otros dos EVANGELIOS SINÓPTICOS; esto permite analizar la forma en que Lucas y Mateo se valieron de su fuente. Dado el caso de la desaparición de la fuente, este tipo de crítica es más conjetural y arriesgado. Así, en la crítica del PENTATEUCO, hoy se puede apreciar mejor que en 1900, lo difícil que es determinar con exactitud el número de fuentes utilizadas, su fecha y su interrelación.
Para fijar la fecha de un escrito hay criterios internos y externos. Si una obra la cita una autoridad de fecha conocida, se sigue que aquella es más antigua. Si se refiere a acontecimientos cuya fecha se ha determinado mediante otros documentos (por ejemplo, ciertos pasajes del Antiguo Testamento referentes a incidentes de la historia egipcia o mesopotámica), es posterior a ellos y nos da indicios de la fecha (por ejemplo, libros proféticos que indican cierto año del reinado de tal o cual rey).
Mientras más avanza la reconstrucción de la historia del Cercano Oriente, más factible es situar un escrito antiguo en el marco histórico que le corresponde. Sin embargo, hay que dejar lugar para el elemento predictivo de la profecía; el interpretar todas las predicciones cumplidas como vaticinios después del suceso es poco científico.
Cuando se trata de determinar la fecha de una profecía realmente predictiva, se la considera anterior a los acontecimientos predichos, pero posterior a los referidos como fondo histórico. Así se infiere que el libro de Nahúm es anterior a la caída de Nínive (612 a.C.) por cuanto la predice, pero posterior a la caída de Tebas (663 a.C.) a la que se refiere (Nah 3.8s) como dato histórico. Su fecha exacta dentro de ese medio siglo tiene que determinarse mediante un examen de la fraseología y un cálculo de las probabilidades.
Durante los primeros siglos de Posreforma hubo, tanto entre católicos como entre protestantes, un endurecimiento de las líneas dogmáticas. El examen del aspecto humano de la composición bíblica cedió ante la constante reafirmación de la infalibilidad escritural (cuando en realidad esta hubiera cobrado más realce con la ayuda de aquel). A fines del siglo XVIII se aplicaron a la Biblia varios métodos de investigación literaria, y en el siglo XIX se produjo mucha literatura en relación con ello. Sobre todo en el campo neotestamentario, los racionalistas y antisupernaturalistas estuvieron en la vanguardia del movimiento, y la filosofía idealista de Hegel o el cientificismo optimista de Darwin (cf. La teoría Wellhausen, PENTATEUCO) influyeron en ellos sobremanera. Como contrapeso, los eruditos conservadores (por ejemplo, Delitzsh y Hengstenberg en Antiguo Testamento y Westcott y Lighfoot en Nuevo Testamento) adelantaron mucho nuestro conocimiento de las circunstancias humanas de los escritores, sin perder de vista la INSPIRACIÓN única de la Biblia. La exploración arqueológica, los descubrimientos filológicos, y los estudios del rabinismo prepararon el terreno para un nuevo viraje en el siglo XX hacia una investigación histórica más atinada que la de los liberales del siglo XIX.
Esta última metodología se ha desarrollado en las últimas décadas del presente siglo. Pertenece más bien a los estudios literarios modernos, pues reconoce el texto bíblico como literatura universal. Las técnicas y métodos aplicados han sido tomados, en su mayor parte, de la crítica literaria secular. El estudio se dirige a descubrir la estructura y el carácter literario del texto, las técnicas y las licencias literarias que usó el autor, el empleo de metáforas y símbolos, los efectos dramáticos y estéticos logrados en el escrito.
CRÍTICA DE LAS FORMAS
Para el estudio de la forma literaria de un pasaje, el exégeta pregunta cuál es:
1. la estructura de la unidad;
2. el género literario al que pertenece;
3. el contexto de vida al que pertenece (por ejemplo, un funeral, una boda, la coronación de un rey);
4. la intención del pasaje.
En las primeras décadas de nuestro siglo ciertos especialistas alemanes hicieron hincapié en tres métodos críticos:
1. el estudio de la tradición oral tras los documentos;
2. la comparación de los temas en las religiones egipcias y mesopotámicas con otros similares en la religión hebrea, para ver cómo Israel se sentía atraído por las culturas circunvecinas y simultáneamente reaccionaban en su contra; y:
3. la crítica de las formas literarias que revisten los relatos, las leyes y los poemas del Antiguo Testamento.
En su comentario sobre Salmos (1933), H. Gunkel aplicó con éxito estos principios, valiéndose de la «situación vital» de cada salmo para entender mejor los géneros literarios y viceversa. Con resultados menos convincentes, M. Dibelius y R. Bultman aplicaron el mismo método al Nuevo Testamento. Estos formistas nos han legado una excelente metodología, pero muchos de ellos, motivados por sus presuposiciones filosóficas, la usan para llegar a conclusiones muy escépticas respecto a la historicidad de los relatos de la Biblia (por ejemplo, la desmitización de Bultman, quien niega la posibilidad del milagro), y la relación del Jesús histórico con el Cristo de la proclamación eclesiástica. Para el evangélico, el método formista revela cuán exactas eran las tradiciones orales, que fueron la base de nuestros libros canónicos, y la creatividad inspirada de los autores bíblicos.
En las últimas décadas ha resurgido una teología bíblica que adopta la terminología y la estructura conceptual de la Biblia misma. Hoy hay menos interés en sistematizar, helenizar o modernizar la verdad bíblica que en formular preguntas que las Escrituras estén dispuestas a contestar, y luego describir la respuesta. Esto facilita la «traducción» de estos conceptos en la vida actual de la comunidad creyente. El descubrimiento de los rollos de QUMRÁN, los escritos GNÓSTICOS de Nag Hammadi, los papiros en el griego koiné (→ GRIEGO [idioma]), y TÁRGUMES en ARAMEO han hecho posibles muchos comentarios técnicos y obras como los ocho tomos de G. Kittel (Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 1933 en adelante, en alemán e inglés). Sigue la reacción erudita contra el liberalismo de hace cincuenta años y, aunque hay siempre nuevos ataques contra la veracidad de las Escrituras, se nota en la vasta literatura al respecto que más estudiosos que nunca reconocen en ellas un origen divino.
CRÍTICA O HISTORIA DE LAS TRADICIONES
Método cuyo interés es reconstruir la historia de una unidad literaria a partir de su supuesto punto de partida, su desarrollo en la tradición oral, hasta su aparición en forma escrita y su redacción final. Es un método más bien diacrónico. Supone que una gran cantidad de trozos y tradiciones literarias acompañaron al pueblo de Dios en sus diversos momentos históricos. Esas tradiciones fueron recontadas de generación en generación y enriquecidas con las nuevas experiencias históricas. Un hecho o un relato se remodelaba y evolucionaba hasta llegar a su redacción final o canónica. Esto se nota con más claridad en el estudio de pasajes paralelos (el Decálogo y las Bienaventuranzas) y de conceptos teológicos importantes (el éxodo).
CRÍTICA O HISTORIA DE LA REDACCIÓN
Método exegético que se preocupa por descubrir las perspectivas teológicas, las inclinaciones literarias y los motivos por los cuales un autor bíblico escribió lo que hoy reconocemos como su libro (Deuteronomio, Lucas). Es un método más bien sincrónico.
Se ha mostrado muy efectivo y creativo en el estudio de las perícopas en los Evangelios Sinópticos. Las diferencias que encontramos en pasajes paralelos no son casuales ni fortuitas, sino que responden a la intención del autor y las necesidades de su audiencia.
CRÍTICA RETÓRICA O NUEVA CRÍTICA LITERARIA
Diversas formas de lectura y análisis que usa el exégeta para hacer una atenta y cuidadosa discriminación del uso artístico del lenguaje, del cambiante juego de ideas, licencias, tonos, sonidos, imágenes, sintaxis, perspectivas narrativas, unidades composicionales y mucho más.
Nos introduce además a una gran gama de niveles en la asimilación y apropiación del mensaje, no solo a través de las dimensiones racionales y cognoscitivas, sino también en las dimensiones emotivas e imaginativas. Es decir, nos ayuda a descubrir los niveles de apelación de una obra literaria de manera más integral y completa.
El retórico-crítico se preocupa por demostrar que una unidad literaria no solo apela al intelecto, sino a todas las dimensiones de la personalidad humana capaces de percibir mensajes. Se preocupa por decodificar no solo aquello que apela a lo lógico y racional, sino también a las emociones, a lo lúdico y religioso del hombre. No solo le interesa descubrir qué piensa el autor, sino también la textura y la solidez del pensamiento del autor.
MÉTODO ESTRUCTURALISTA O SEMIÓTICO
En términos generales, es la descripción formal de las estructuras fundamentales de un texto, relacionadas con el sentido o significado. La pregunta no es qué significa el texto, sino qué hace posible el significado, cómo puede decir el texto lo que realmente dice.
En esta metodología la búsqueda de opuestos y oposiciones es crucial. Por ejemplo, en los capítulos 2–3 y 6–9 de Génesis, el significado se deduce del modelo proporcionado por la oposición mojado/seco: demasiada agua significa muerte; demasiada sequedad significa muerte; pero un balance entre agua y tierra significa vida.
En esta metodología se considera que los relatos tienen al menos dos niveles: el superficial y el profundo. El primer nivel tiene dos componentes, el narrativo y el discursivo. El componente narrativo mira el relato como una serie de estados y transformaciones: presencia de actores y receptores y cambio de papeles por la presencia de otros actores. Por lo general hay un sujeto poseedor/desposeído, un sujeto/villano y un sujeto/héroe. El componente discursivo se preocupa por las unidades de contenido que arropan los programas narrativos. Estas unidades de contenido se llaman figuras, y a su vez se definen a partir de tres ejes: la actorialización, la espacialización y la temporalización.
El nivel profundo se preocupa por la lógica de las relaciones, generalmente de los opuestos.
MÉTODO SOCIAL EN EL ESTUDIO DE LA BIBLIA
Método globalizante que busca «poner juntas las disciplinas que le abren [al exégeta] el pasado y las disciplinas que le explican el presente».
El método sociológico incluye las herramientas propias de las ciencias sociales (antropología, sociología, ciencias políticas, economía, sicología). En la aplicación de este método algunos dependen de los trabajos de Max Weber y Carlos Marx. Su intención es completar la perspectiva para lograr una «lectura» más completa de la Biblia. Un ejemplo: El método histórico-crítico estudia la conquista de Israel, y parece que se preocupa solo por el hecho histórico en sí, sin detenerse a preguntar por las características sociales del pueblo que logró ocupar la tierra conquistada. Con la perspectiva sociológica se descubren otras posibles maneras de entender la conquista. Con la aplicación del método sociológico se empiezan a revisar y redefinir conceptos como «tribu», «alianza», «nación».
CRÍTICA CANÓNICA
La crítica canónica realiza su tarea asumiendo que la «lectura» de la Biblia es una empresa comunitaria y que el exégeta está al servicio de la comunidad. Como una más de las disciplinas que estudian e interpretan la Biblia, la crítica canónica presupone la existencia y necesidad de las herramientas del método histórico-crítico, pero pretende ir un paso más allá.
La exégesis tradicional solo ha querido penetrar en el mundo del «ayer» del texto bíblico, señalando que su tarea no abarca la preocupación por señalar su impacto en las comunidades de «hoy». Se preocupan por lo que significó y no por lo que significa el mensaje del texto. En efecto, la crítica bíblica tradicional, por lo general, ha mantenido encerrada a la Biblia en el pasado.
La crítica canónica reconoce que la Biblia pertenece no a un autor y una audiencia originales, ambos hipotéticos, sino a las comunidades creyentes. Es un método sincrónico orientado al lector/escucha del texto. Por ello sabe de antemano que la «lectura» varía de acuerdo a las características y perspectivas de la comunidad lectora (evangélico, católico, judío). Libera al texto de su cautiverio del pasado y se preocupa por colocarlo en un contexto más amplio: el del canon.
LAS CIENCIAS AUXILIARES
En la definición de los distintos métodos ya se han presentado algunas de las ciencias auxiliares que acompañan al exégeta al realizar su tarea interpretativa. Aquí se van a presentar las que no se han analizado:
LINGÜÍSTICA
El exégeta recurre a esta ciencia como herramienta para la traducción y el análisis semántico del pasaje en estudio.
En la traducción se habla sobre todo de la teoría y principios seguidos en ella. ¿Qué principios han regido en la traducción de esta u otra versión? De las versiones que se conocen en español podemos hablar de dos tipos de traducción: la traducción literal o por equivalencia formal, y la idiomática o por equivalencia dinámica o funcional. Entre estos dos métodos se da una amplia gama de posibilidades: desde las traducciones exageradamente literales, hasta las adaptaciones demasiado libres.
Ambos métodos tienen sus ventajas y debilidades, y el exégeta serio deberá utilizar versiones bíblicas que reflejen los dos. La traducción formal ayuda, especialmente al estudiante que no conoce el hebreo a captar la forma y el sabor del hebreo/arameo/griego.
La traducción dinámica es de gran ayuda para captar de manera más fácil el significado del mensaje original.
ARQUEOLOGÍA
La arqueología ofrece información en cuanto a pueblos y culturas anteriores a nosotros, y arroja luz sobre el escenario histórico y cultural donde ocurrieron los hechos.
Su tarea consiste en descubrir, registrar y estudiar sistemáticamente los testimonios que han prevalecido a lo largo del tiempo (documentos escritos, objetos de la vida cotidiana, edificaciones y monumentos) no con el propósito de demostrar, probar o defender la Biblia y sus enseñanzas, sino de entenderla mejor.
Entre los logros más importante de esta ciencia auxiliar están:
1. La fechación más exacta de los períodos y hechos más importantes de la historia bíblica.
2. El estudio comparativo de idiomas emparentados con el hebreo, como el ugarítico, el eblano, etc.
3. La historia del desarrollo del idioma hebreo. El descubrimiento de escritos de diferentes épocas históricas ha ayudado a estudiar la historia del hebreo.
4. La comprensión del mundo sociorreligioso donde vivió el pueblo de Dios en sus diferentes momentos históricos. La familiarización con el entorno religioso de Israel arroja luz para comprender mejor el mensaje de varios libros de la Biblia: 1 y 2 Reyes, Oseas, Jeremías, 1 Corintios, Apocalipsis.
GEOGRAFÍA
Muchas afirmaciones teológicas que encontramos en la Biblia permanecerían oscuras si no se recurriera al estudio de la geografía: la localización del Edén; la afirmación de los sirios en 1 R 20.23: «Sus dioses son dioses de los montes, por eso nos han vencido; mas si peleáremos con ellos en la llanura, se verá si no los vencemos». Toda la cuestión de los fenómenos naturales que acompañan la historia de Elías y el enfrentamiento entre Jehová y Baal se entienden mejor si se toma en consideración la estrecha relación entre la realidad geográfica y la fe cananea.
HISTORIA COMPARADA DE LAS RELIGIONES
En su libro Mitos y leyendas de Canaán, G. del Olmo Lete dice: «Un suficiente conocimiento de la mitología cananea es hoy día indispensable para una recta inteligencia de la Biblia hebrea». Esta afirmación es también aplicable a la relación de la fe bíblica con las religiones de Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma. Muchos de los ritos y prácticas registradas en la Biblia tienen paralelos en las religiones de otros pueblos.
El conocimiento de las religiones del entorno bíblico nos ayudarán a descubrir en qué consiste realmente lo distintivo y singular de la fe bíblica. Nos permitirán encontrar respuestas más realistas y claras a preguntas sobre Dios, revelación, cielo-infierno, etc.

CRONOLOGÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

DESDE LA CREACIÓN HASTA LOS PATRIARCAS
En su famosa cronología, el obispo Usher estimó como fecha de la creación del mundo el año 4000 a.C., basándose para ello en los patriarcas (Gn 5.3–32; 7.11; 9.28, 29; 11.10–26) según el texto masorético. Pero si se usa el texto samaritano o el de la LXX, se llega a resultados distintos. Sin embargo, no debe descartarse la teoría de las lagunas; es decir, si se afirma en el texto que «A» engendró a «B» esto no significa exclusivamente que «B» sea el hijo inmediato de «A». Puede tratarse del nieto o del bisnieto o de descendientes aun más remotos.
Una tercera teoría interpreta la lista de los patriarcas no como individuos sino como representantes de dinastías. Al comparar las listas de los patriarcas resulta preferible el uso del texto masorético porque el texto samaritano y la LXX aplican su propio criterio y redondean las cifras. Con todo, sin embargo, debe llegarse a la conclusión de que es imposible calcular la edad del mundo a base de datos exclusivamente bíblicos. Cabe mencionar que la cronología judía actual toma el año 3761 a.C. como año de la creación, resultado que obtiene de distintos datos de la Biblia y del Talmud.
Además, debe tenerse en cuenta que, a veces, para determinar ciertos acontecimientos se hace referencia a otros sucesos; por ejemplo, la visión de Amós en el segundo año después del terremoto, y hoy día no es posible aprovechar con sentido absoluto tales datos históricos. Y para expresar tiempos más amplios, como la duración de una generación, de un reinado o de otro oficio, redondeaban la cifra y decían «40 años» (Jue 3.11; 5.31; 8.28; 13.1; 15.20).
DESDE ABRAHAM HASTA LA MONARQUÍA
Sería de gran provecho para poder fechar con exactitud la prehistoria de Israel, o sea el tiempo entre Abraham y el éxodo de Egipto, si pudiéramos señalar como punto de partida acontecimientos paralelos en la historia profana. Muchos han creído que en Gn 14 se ofrece tal punto de comparación. El capítulo describe la lucha de Abraham contra cuatro reyes que invadieron a Israel. Se ha intentado identificar a estos reyes con algunos conocidos de la historia antigua: AMRAFEL con Hammurabi, rey y legislador de Babilonia (1728–1686); Arioc con Arriwuku el de las cartas de Mari (ca. 1750); y Tidal con Tudhalia, nombre de varios reyes hititas. Pero en ningún caso es segura la identificación.
El antecedente cultural reflejado en la historia de los patriarcas sugiere la primera mitad del segundo milenio a.C. Asimismo la historia de José cuadra con el período en que los HICSOS dominaron a Egipto (ca. 1710–1570).
Sobre la permanencia de los israelitas en Egipto existen varias opiniones. Por un lado, los 430 años de Éx 12.40 parece ser demasiado tiempo si desde Jacob a Moisés hay solamente cuatro generaciones (Éx 6.16–20). Además, según la LXX, los 430 años abarcan también la estadía de los patriarcas en Canaán. Sin embargo, la genealogía de Éx 6.16–20 probablemente es esquemática, ya que Bezaleel, contemporáneo de Moisés, es la séptima generación de Jacob (1 Cr 2.18–20), y de Jacob a Josué hay doce generaciones (1 Cr 7.23–27). A la luz de estos datos y los cuatro siglos de Gn 15.13, es preferible aceptar los 430 años como la duración real de la permanencia en Egipto.
Algunos fechan el ÉXODO en el siglo XV a.C. basándose en la cifra de 1 R 6.1 que lo coloca 480 años antes de la construcción del templo de Salomón. Además, Garstang, quien excavó parte de Jericó, afirmó que esta ciudad la destruyeron poco antes de 1400 a.C.
Por otro lado algunos ven la cifra de 480 como número esquemático que implica doce generaciones o quizás un error de copista, pues una serie de pruebas indican que el éxodo cabe mejor en el siglo XIII. Los esclavos israelitas edificaron las ciudades del delta, Pitón y Ramesés, pertenecientes a los reinados de Seto I (1302–1290) y Ramsés II (1290–1224). (No hay base para la teoría de que Ramsés II solo renombró construcciones anteriores.) Las pruebas disponibles indican que la existencia de poblaciones sedentarias en Edom y Moab (contra las cuales lucharon los israelitas) cabe mejor en el siglo XIII que en el siglo XV. La arqueóloga K.M. Kenyon afirma que la destrucción de Jericó, que Garstang fechó ca. 1400, fue más bien una etapa de la civilización ocurrida mucho antes.
Además, la arqueología muestra que varias ciudades de Canaán (Laquis, Bet-el, Hazor, etc.) fueron destruidas a finales del siglo XIII, lo cual pareciera tratarse de la conquista de Josué.
La estela de Merenptah (rey egipcio), fechada 1220 a.C., indica que Israel ya estaba establecido en Canaán por aquel entonces. Este rey afirma que derrotó a Israel y destruyó sus cosechas, de modo que el éxodo debe fecharse por lo menos 40 años antes.
Considerando todos los datos, la mejor fecha para el éxodo sería ca. 1280 a.C. Aunque las cifras de Jueces parecen contradecir esto, debemos recordar las costumbres y modos de calcular el tiempo en el mundo antiguo. A cada juez correspondía el gobierno de una sola tribu, pero en ocasiones varios de ellos deben haber gobernado simultáneamente una tribu.
LA MONARQUÍA
Para la cronología de este tiempo se cuenta con muchas más fuentes y documentos que para la del período anterior: los datos paralelos de la antigua historia oriental y especialmente los datos cuneiformes de los asirios y babilonios son de gran valor, pues estos pueblos conocían ya el calendario del sol. Con estos datos, astrónomos modernos sugieren que la mención de un eclipse de sol en el año de Ber-segale corresponde al 15 de junio de 763; también permitió confirmar la lista de los reyes asirios. Por otra parte, como los reyes asirios y babilonios se relacionaron con los reyes de Israel y Judá, de sus historias pueden obtenerse datos que aporten a una recopilación de la historia de Israel y Judá.
Pueden considerarse como seguras las siguientes fechas: Batalla de Qarqar, durante el reinado de Acab en Israel, 853; conquista de Samaria por Sargón en el año de su ascensión al trono, 722; sitio de Jerusalén por Senaquerib (705–681) en su cuarto año, 701; batalla de Carquemis en el año 21 de Nabopolasar, 605; conquista de Jerusalén por Nabucodonosor II (605–592), 597; destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, 587–86.
Para fechar el período de la monarquía, los dos sistemas más aceptables son los de Albright y de Thiele, que difieren poco entre sí. En el sistema de Albright se supone que existen algunos errores (quizás de copista) en los datos bíblicos, los cuales hacen necesarios ciertos ajustes. Thiele se ocupa en armonizar los datos por medio de un análisis de los cómputos usados por los autores.
En primer lugar hay que suponer varias corregencias simultáneas en un mismo reinado, cuando el sucesor iniciaba su gobierno mientras el titular aún vivía (cf. 2 R 15.5).
Además, existe el problema de determinar cuándo comienza el nuevo año. En Judá, este se contaba desde el 1° de tisri (septiembre-octubre), pero en Israel festejaban el comienzo del año en el mes de nisán; había años de nisán para Israel y años de tisri para Judá. También hubo dos sistemas para fechar el inicio de un reinado: tomando en cuenta el año de la entronización del rey (en tal caso un mismo año fue contado como el último del antiguo rey y el primero del nuevo rey), o anotando el año que seguía a la entronización. Se cree que Israel y Judá usaron diferentes sistemas, por lo menos en algunas épocas.
Aunque todavía algunas fechas son discutibles, el cuadro siguiente (del reino dividido), con pocos ajustes, utiliza las conclusiones de Thiele, ya que este armoniza mejor los datos bíblicos y toma en cuenta los datos y la metodología del Cercano Oriente Antiguo.
DESPUÉS DEL CAUTIVERIO
Las fechas de los reyes babilonios y persas mencionadas en esta época se pueden fijar con certeza, aunque el Antiguo Testamento da pocos datos cronológicos después del cautiverio. Se ha discutido la fecha de Esdras en relación con la de Nehemías. Existe cierta prueba (pero no conclusiva) de que Esdras no precedió a Nehemías en Jerusalén.
Por tanto, algunos creen que Esdras llegó en el séptimo año de Artajerjes II (397) o en el año 37 de Artajerjes I (428) en vez de la fecha tradicional de 458 que es el séptimo año de Artajerjes I (Esdras 7.7).
LAS CIVILIZACIONES DEL MUNDO ANTIGUO
EGIPTO SIRO-PALESTINA [Y ANATOLIA] MESOPOTAMIA
Prehistoria anterior a 3000 a.C.
Ocupación sedentaria en Jericó desde 6000 a.C.
Período histórico
Egipto unido bajo las dinastías I y II
La Edad de Bronce Antiguo, 3100–2300
Imperio Antiguo, 2565–2180
Dinastías IV–VI
Grandes pirámides
Textos religiosos
Cultura sumeria, 2800–2400
Primera literatura en Asia
Tumbas de los reyes
Extensión del poderío hasta el Mediterráneo
Decadencia y recuperación, 2180–2000
Dinastías XIII–X
Dinastía XI
Poder centralizado en Tebas
Período intermedio: Bronce Antiguo
Bronce Medio, 2200–1950
Supremacía de los acadios, 2360–2180
Sargón I el gran rey (de Acad)
Invasión de los guti, 2180–2080
Imperio Medio, 2000–1786
Dinastía XII
Poderoso gobierno central Capital en Menfis
Prosperidad
Literatura clásica
(dinastías X–XII)
(Memorias de Sinuhé)
La Edad del Bronce Medio, 1950–1550
Patriarcas en Canaán
(Comerciantes asirios en Asia Menor, 1900–1750)
Tercera dinastía de Ur, 2060– 1950
(sumerios)
Presión de los semitas en el norte
Primera dinastía de Babilonia, 1830–1531
Epopeya de Gilgames escrita
Segundo período
intermedio, siglos XVIIIXVI
Dinastías XIII–XIV,
Incertidumbre
Ocupación de los hicsos, 1720–1560
Dinastías XV y XVI
Dinastías XVII, 1600–1570
Reyes de Tebas expulsan a los hicsos
Israelitas en Egipto
(Antiguo Imperio Hitita, 1740–1500)
(Amorreos, Zimri-Lin rey de Mari Samsí-Adad
I de Nínive, siglo XVIII)
(Los archivos de Mari)
Hammurabi, 1728–1686 Conquista Mari
Código de leyes
Dinastía casita, 1600–1150
En Babilonia desde 1531
Imperio Nuevo
Dinastía XIII, 1570–1304
Amosis, 1570–1545
Amenofis I, 1545–1525
Tutmosis I, 1525–1508
Tutmosis III, 1490–1436
Amenofis II, 1436–1410
Tutmosis IV, 1410–1402
Amenofis III, 1402–1364,
Cartas de El Amarna
La Edad del Bronce Reciente, 1550–1200
Egipto contra Palestina
Imperio Mitani, 1500–1370
Tablillas de Nuzi, 1500–1400
Amenofis IV, 1364–1347
Horembeb, 1333–1304
Dinastía XIX, 1304–1200
Seti I, 1303–1290
Ramsés II, 1290–1224
Dinastía XIX, 1304–1200
Seti I, 1303–1290
Ramsés II, 1290–1224
(Nuevo Imperio Hitita, 1375–1200)
Textos de Ugarit, siglos XIV–XIII
Batalla de Cades, 1286
(hititas y egipcios)
Pacto de no agresión
egipcio-hitita (1280)
Estelas de Seti I y Ramsés II en Beisán
Éxodo (1280?)
Asiria gana poder, 1350–1200
HISTORIA DE ISRAEL
EGIPTO PALESTINA OTRAS NACIONES
Meneftá, 1224–1211
Conquista de Palestina por los israelitas, 1250–1200
Victoria de Meneftá sobre los israelitas, 1220
(según su estela) Imperio Cananita–Hazor, 1221
Cultura de los micenios (Grecia) ca. 1500–1200
Caída de Troya, ca. 1200
Griegos colonizan la costa agea de Asia Menor,1200
Dinastía XX, 1200–1065
Ramés III, 1175–1144
Derrota a los pueblos del Mar
La Edad de Hierro I, 1200–970
Período de los jueces hasta 1026
Invasión de los filisteos
Confusión política
Decadencia de Asiria
Invasión de los arameos en Siria
Decadencia
Débora y Barac derrotan a los cananeos, ca. 1125
Gedeón
Muerte de Elí, ca. 1050
Samuel, ca. 1045
Saúl, ca. 1030–1010
David, 1010–970 Hiram I en Tiro
Wen-Amón (Egipto), ca. 1100
Breve resurgimiento de Asiria
Tiglat-pileser I, 1116–1078
Asiria débil de nuevo
Reinos arameos (Damasco, Soba, Jamat)
(Influencia fenicia en Israel, en tiempo de David y Salomón)
Sisac I, 945– La Edad de Hierro II, 970– Asur-Dan II, 935–913 (Asiria) 924 580
Salomón, 970–931
Calendario de Gezer, siglo X

ISRAEL PROFETAS JUDÁ OTRAS NACIONES
Dinastía de Jeroboam I
Dinastía de David
Roboam, 931/30–913
Siria Asiria
Decadencia
Campaña de Sisac en Palestina, 925
Adad-Nirari II, 912–892
Jeroboam I, 931/30–910/09*
Nadab, 910/09–909/08
Ahías. 1 Reyes 11.30
Semaías. 1 Reyes. 12.22
Abiam, 913–911/10
Asa, 911/10–870/69
Ben-Adad I. 890–860
Dinastía de Baasa
Baasa, 909/08–886/85
Ela, 886/85–885/84
Zimri,885/84
Jehú. 1 Reyes 16.1
Azarías. 2 Crónicas 15.1
Hanani. 2 Crónicas 16.7
(Guerra contra Baasa, 895)
Dinastía de Omri
Omri, 885/84–874/73
(con Tibni, 885/84–880)
Funda Samaria:
Controla Moab
Acab, 874/73–853
Ocozías, 853–852
Joram, 852–
Elías, Micaías, Eliseo Eliezer
2 Crónicas. 20.38
Josafat, 870/69–848
(corregente desde, 873/72)
(Reforma, 867)
(Controla Edom)
Joram , 848–841
(corregente desde 853)
Ben-Adad II. 860–842
Guerra contra Acab
Hazael, 842–805
Asur-nasir-Pal II, 884–859
Asiria despierta de nuevo
Salmanasar III, 859–824
(Batalla de Qarqar, 853)
Jehú paga tributo, 841, 841
Campaña contra Noab
Dinastía de Jehú
Jehú, 841–814/13
Joacaz, 814/13–798
Joás, 798/782/81
Jeroboam II, 782/81–753
(corregente, 793–782/81)
(Ostraca de Samaria)
Zacarías, 753/752
Jonás
Amós, 760
Oseas, 750–720
Joel 825.
(o ca. 400)
Edom se libera
Ocozías, 841
Atalía, 841–835
Joás, 835–796
(Reforma)
Amasías, 796–767
Reconquista a Edom
Azarías, 767–740
(corregente
desde 791)
Reconquista del sur hasta Elat
(Piedra moabita ca. 830)
Ben-Adad III 796–770
Israel domina a Siria ca. 770–750
Rezín, 760
Samsi-Adad V, 824–811
Adad-Nirari III, 811–783
Decadencia asiria
Fenicios fundan
Cartago, 814
Tiglat-pileser III, 745–727
(Recibe tributo de Manahem 741.)
Empieza la política de trasladar los pueblos conquistados
Últimos reyes
Salum, 752
Manahem, 752–742/41
Pekaía, 742/41–740/39
Peka, 740/39–732/31
(corregente, 752–740/39)
Oseas, 732/31–723/22
(alianza con Egipto)
Toma de Samaria, 722
Isaías 742–700
Miqueas 742–687
Jotam, 740/39–732/31
(corregente 750–740/39)
Acaz, 732/31–716/15
(corregente, 735–732/31 o desde 744/43)
Alianza siro israelita invade Judá, 735
Siria cae ante Asiria, 732
Salmanasar V, 727–722
Sargón II, 722–706
* La forma doble de las fechas (por ejemplo: 931/30–910/09), se usa porque el año
Hebreo no corresponde con nuestro año de enero a diciembre.


JUDÁ BABILONIA ASIRIA
Profetas Reyes
Nahúm, ca. 628
Jeremías, 627
Hulda
Sofonías, 625
Habacuc, 609
Ezequías, 716/15–687/86
(corregente desde 729)
(Inscripción de Siloé)
Manasés, 687–642
(corregente, 697–687)
Amón 642–640
Josías, 640–609
Reforma (se extiende a Samaria)
El Imperio Neobabilónico 626–539
Nabopolasar 626–605
Senaquerib, 705–681
Esaradón, 681–669
Asiria (derrota a Tirhaca de Egipto, 671)
Asurbanipal, 669–633
Gran biblioteca en Nínive
Nínive destruida por los medos y babilonios, 612

OTRAS NACIONES
Ezequiel (593–573)
Daniel
Josías muerto al oponerse a Necao, 609
Joacaz, 609
Joacim, 609–598
(Puesto en el trono por Necao; desde 605 vasallo de Babilonia)
Joaquín, 598–597
Sedequías, 597–587
(cartas de Laquis)
Jerusalén cae, 587
Nabucodonosor, 605–562
Batalla de Carquemis, 605
(Nabucodonosor derrota a Necao)
Daniel y amigos al cautiverio, 605
Muchos judíos, Ezequiel al cautiverio, 597
Amel-Marduk, 562–559
Amel-Marduk indulta a
Joaquín, 561
Nabonido, 559–539
(Belsasar actúa en Babilonia)
Babilonia capturada por Ciro, 539
Necao II (Egipto), 609–593
Ciajares (Media), 625–585
(Leyes de Solón: Atenas, 594)
Astiages (Media), 585–550
Ciro (Persia) derrota a Astiages, 550
Toma a Sardis, 546
Profetas Reyes IMPERIO PERSA (ARQUEMENIDA)
Hageo, 520
Edicto de Ciro, 538
Zorobabel en Jerusalén, 538
Se inicia la Ciro, 550–530
Cambises, 530–522
Darío I 552–486
Gran palacio en Persépolis
Cambises conquista Egipto, 525
(Establecimiento de la república de Roma, 509)
Zacarías, 520
Malaquías, 460
Abdías (?)
Joel, ca. 400
(o ca. 825)
Construcción del templo, 537
Resumen
construcción, 520
Templo terminado, 515
Esdras a Jerusalén, 458 (ó 428? ó 398?)
Nehemías en Jerusalén, 445
Bagoas, gobernador Jerjes I, 486–465
Artajerjes I, 464–423
Darío II Notas, 423–404
Los judíos en Babilonia prosperan
(archivos de la familia Marusu)
Artajerjes II, Mnemón, 404–359
Artajerjes III, Ojus, 359–338
Arsas, 338–336
Darío III, Codomano, 336–331
Persia cae ante Alejandro Magno, 331
Batalla de Maratón, 490
(persas y griegos)
Papiros en la colonia judía en Elefantina
(Egipto), 498–399
Persas toman a Atenas pero son derrotados en Salamina, 408
Edad de Oro: Pericles
(Atenas), 461–429
Platón, 429–347
Guerra del Peloponeso
(Grecia), 431–304
Egipto se libera de Persia, 401
Rebelión de Ciro el Joven
(expedición descrita en la Anábasis de Jenofonte), 401
Aristóteles, 384–322
Persas reconquistan a Egipto, 342

CRONOLOGÍA DEL PERÍODO INTERTESTAMENTARIO
JUDEA EGIPTO SIRIA NOTAS
Alejandro Magno, 332–323
Tolomeo I* entra a Jerusalén, 320
Antíoco III conquista a Palestina, 198
Helenización de Jerusalén bajo el sumo sacerdote Jasón, 175
Melenao, sumo sacerdote, 172
Antíoco IV saquea el templo, 169
Tolomeo I, Soter, 323–285
Tolomeo II, Filadelfo, 285–246
Tolomeo III, Evergetes, 246–222
Tolomeo IV, Filopator, 222–205
Tolomeo V, Epífanes, 205–180
Tolomeo VI, Filometor, 180–145
Seleuco I, Nicator, 312–281
Antíoco I, Soter, 281–261
Antíoco II, Theos, 261–246
Seleuco II, Calinicios, 246–226
Seleuco III, Soter, 226–223
Antíoco III, El Grande, 223–187
Seleuco IV, Filopator, 189–174
Antíoco IV, Epífanes, 175–163
Cumplimiento de Daniel 11?
¿Establecimiento de Qumrán?
Fiesta de Hanukkah
Templo judío en Leontópolis
Profanación del templo, 167
Rebelión de Matatías, 167–6
Judas Macabeo toma el mando, 166–60
Reedificación del templo, 164
Jonatán, 160–143
Jonatán llega a ser sumo sacerdote, 152
Simón, 142–134
Declaración de independencia, 142
Juan Hircano I, 134–104
Aristóbulo I, 104
Tolomeo VII, 145
Tolomeo VIII, 145–116
Tolomeo IX, 116–109
Tolomeo X, 108–89
Antíoco V, Eupator, 163–162
Demetrio I, Soter, 162–150
Alejandro Balas, 150–145
Demetrio II, 145–138
con Antíoco VI, 145,142
Antíoco VII, Sideletes, 138–129
Demetrio II, Nicator, 128–125
Alejandro Zabinas, 125–123
Antíoco VIII, 122–113
Seleuco V, 122
Antíoco IX, Cicico,113–95
¿Los rollos del mar Muerto?
Destrucción del templo samaritano, 129
Alejandro Janeo, 103–76
Alejandro Salomé, 76–67
Aristóbulo II, 67–63
Juan Hircano II, sumo sacerdote, 63–40
Herodes, rey de Judea, 37–4
Tolomeo XI, 88–80
Tolomeo XIII y Cleopatra, 51–48
Cleopatra y Tolomeo XIV y XV, 47–42
Antonio y Cleopatra, 42–31
Conquista de Egipto por Roma (Octavio), 31
Guerras de sucesión, 95–84
Tigrames el armenio, 83–69
Antíoco VII (de nuevo), 68–64
Pompeyo conquista a Siria, 63
Conquista de Jerusalén por los romanos, 63
*Tolomeo o Ptolomeo
CRONOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO
IMPERIO ROMANO
PALESTINA MINISTERIO DE JESÚS Y ACTIVIDAD APOSTÓLICA
PRODUCCIÓN LITERARIA
César Augusto, 27a.C.—14 d.C
Tiberio, 14–37 d.C.
Calígula, 37–41
Claudio, 41–54
Edicto de expulsión de los judíos, 49
Nerón, 54–68
Galba, 68–69
Otto, Vitelio, 69
Vespasiano, 69–70
Tito, 79–81
Domiciano, 81–96
Nerva, 96, 98
Trajano, 98–117
Herodes el Grande, rey de Judea, 37–4a.C.
Arquelao, etnarca de Judea, 4 a.C. —6 d.C.
Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, 4 a.C. —39 d.C.
Herodes Felipe, tetrarca de Iturea, 4 a.C. —34 d.C.
Poncio Pilato, procurador romano, 26–36 d.C.
Herodes Agripa, 41–44*
Herodes Agripa II, 50—ca. 100
(tetrarca del territorio septentrional)
Félix, procurador romano, 52–59
Festo, procurador romano, 59–61
Guerra judía, 66–70
Destrucción de Jerusalén por Tito, 70
Nacimiento de Jesús, 7–4 a.C
Bautismo de Jesús, fin 27 d.C.
Crucifixión y resurrección, 30 (Pascua)
Conversión de Pablo, 33–34
Primera visita de Pablo a Jerusalén, 36
Martirio de Jacobo, 41
Pablo viaja a Jerusalén, 46*
Primer viaje misionero, 47–48
Concilio apostólico, 49
Segundo viaje misionero, 49–52
Llegada de Pablo a Corinto, 50
Llegada de Galión a Corinto, 51*
Estancia de Pablo en Éfeso, 53
Regreso de Pablo a Jerusalén, 57
Prisión en Cesarea, 57–59
Llegada de Festo a Cesarea, 59*
Salida de Pablo hacia Roma
Llegada de Pablo a Roma, 60
Martirio de Jacobo hermano del Señor
Martirio de Pedro, 64
Martirio de Pablo, 67
¿Gálatas?, 48/49
1 y 2 Tesalonicenses, 51
1 Corintios, 55
2 Corintios, Filipenses, 56
Romanos, 57
Santiago, Colosenses, Filemón, 60, 61–62,
Efesios, 61
1 Timoteo, Tito, 66,
2 Timoteo, 2 Pedro, 67
Marcos, 68/69
Hebreos, 69
Mateo, Lucas, Hechos, 72/74
Juan, 1, 2, y 3 Juan, Apocalipsis, 90–100
Persecuciones bajo Domiciano, 81–96
Muerte de Juan, 100
* Cinco fechas guías, relativamente seguras, de las que se parte para elaborar la cronología.
CRONOLOGÍA DEL PERÍODO INTERTESTAMENTARIO
Desde el punto de vista de la historia bíblica, son pocos los acontecimientos importantes después de las conquistas de Alejandro. Los escritores judíos no conservaron documentos referentes a esta época comparables con las narraciones del Antiguo Testamento, sino hasta principios del siglo II a.C., cuando comienza la gesta de los Macabeos. Los libros APÓCRIFOS que pertenecen a este período son de fecha incierta. Por esta razón nuestra cronología será más detallada a partir del año 167 a.C., cuando comienza el período de los Macabeos. Sin embargo, es imposible dar fechas exactas para muchos acontecimientos, y quizás otras cronologías muestren una variación de uno o dos años.
En cuanto al cómputo del tiempo, los judíos (y todos los territorios circundantes) lo contaban a partir de la era seléucida, que corresponde al año 312 a.C. Durante el período de los Macabeos, contaban los años a partir del comienzo de cada gobernante nacional.
Puesto que durante este período, como en siglos anteriores, la historia de Palestina se desenvolvió entre Egipto y un gran poder asiático, en la correspondiente cronología colocamos los acontecimientos de Palestina entre los de Egipto y Siria, hasta que Roma aparece en el ámbito de las tierras veterotestamentarias.
CRONOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO
Tarea difícil es la de fechar los acontecimientos narrados en el Nuevo Testamento debido a la escasez de datos y a la complejidad del calendario del siglo I. Los historiadores seculares prestaron poca atención al movimiento cristiano, y puesto que los escritores cristianos tuvieron otros fines además de los historiográficos, solo podemos inferir una cronología aproximada, lo cual trae como resultado toda una gama de opiniones. En la tabla adjunta se sobreentiende para casi todos los casos una fecha aproximada. (Para la cronología de la vida de Jesús JESUCRISTO; HERODES; CIRENIO; CENA DEL SEÑOR.)
Para la época apostólica, los pocos datos cronológicos provenientes de las epístolas ubican ciertos hechos únicamente en relación con otros también difíciles de fechar. Para una cronología absoluta hay que recurrir a Hechos. De los acontecimientos allí mencionados, solo a cinco se les puede asignar fechas más o menos fijas, gracias a las fuentes judías o romanas (indicados en la tabla con un *): la muerte de Herodes AGRIPA I, el hambre en Judea durante la procuraduría de Tiberio Alejandro y el gobierno de Claudio (Hch 11.28), el edicto de CLAUDIO que ordenaba salir de Roma a los judíos, el proconsulado de GALIÓN y la procuraduría de FESTO.
Las demás fechas tenemos que inferirlas de estas. Para el período 30–50, los puntos de referencia de la cronología son las visitas de Pablo a Jerusalén, de las cuales Hechos menciona cinco (9.26–30; 11.30 con 12.25; cap. 15 CONCILIO DE JERUSALÉN; 18.22; 21.17ss) y GÁLATAS menciona dos (1.18–24; 2.1–10). De la correlación que se haga de estas dos listas dependerá nuestra teoría. La tabla adjunta identifica la visita de Hch 11.30 y 12.25 con la de Gl 2.1–10. Para el período 50–70, nos servimos de las fechas de Galión y Festo, y acomodamos los datos de Hechos convencionalmente. Es curioso, pero así sabemos el mes exacto cuando ocurrieron ciertos acontecimientos sin poder precisar el año (PABLO).
Consúltense los artículos sobre cada libro del Nuevo Testamento para ver los problemas que presenta la determinación de las fechas. 

CANON

El término griego kanon es de origen semítico y su sentido inicial fue el de «caña». Más tarde la palabra tomó el significado de «vara larga» o listón para tomar medidas utilizado por albañiles y carpinteros. El hebreo kaneh tiene ese significado (Ez 40.3, 5). El latín y el castellano transcribieron el vocablo griego en «canon». La expresión, además, adquirió un significado metafórico: se utilizó para identificar las normas o patrones que sirven para regular y medir.
En la tradición judeocristiana el canon tiene un propósito triple. En primer lugar identifica y conserva la revelación, a fin de evitar que se confunda con las reflexiones posteriores en torno a ella. Tiene el objetivo, además, de impedir que la revelación escrita sufra cambios o alteraciones. Por último, brinda a los creyentes la oportunidad de estudiar la revelación y vivir de acuerdo a sus principios y estipulaciones.
En el siglo IV la palabra «canon» se utilizó para referirse propiamente a las Escrituras. El «canon» de la Biblia es el catálogo de libros que se consideran normativos para los creyentes y que, por lo tanto, pertenecen con todo derecho a las colecciones incluidas en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Con ese significado específico la palabra fue utilizada posiblemente por primera vez por Atanasio, el obispo de Alejandría, en el año 367. A finales del siglo IV esa acepción de la palabra era común tanto en las iglesias del Oriente como en las del Occidente, como puede constatarse en la lectura de las obras de Gregorio, Priciliano, Rufino, San Agustín y San Jerónimo.

CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO

De acuerdo a los diversos relatos evangélicos, Jesús utilizó las Escrituras hebreas para validar su misión, sus palabras y sus obras (véanse Mc 1.14; Lc 12.32). Los primeros creyentes continuaron esa tradición hermenéutica y utilizaron los textos hebreos, y sobre todo sus traducciones al griego, en sus discusiones teológicas y en el desarrollo de sus doctrinas y enseñanzas. De esa forma la iglesia contó, desde su nacimiento, con una serie de escritos de alto valor religioso.
Los libros de la Biblia hebrea son 24, divididos en tres grandes secciones.
LA PRIMERA SECCIÓN, conocida como Torá (vocablo hebreo que por lo general se traduce «ley», pero cuyo significado es más bien «instrucción» o «enseñanza») contiene los llamados «cinco libros de Moisés»: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
LA SEGUNDA DIVISIÓN, conocida como Nebi’im (profetas), se subdivide, a su vez, en dos grupos: Los profetas anteriores, en los que figuran Josué, Jueces, Reyes y Samuel; y Los profetas posteriores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y el Libro de los Doce.
LA TERCERA SECCIÓN, de la Biblia hebrea se conoce como Ketubim (escritos) e incluye once libros: Salmos, Proverbios y Job; un grupo de cinco libros llamados Megilot (rollos), Cantar de los cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester; y finalmente Daniel, Esdras-Nehemías y Crónicas.
Con las iníciales de Torá, Nebi’im y Ketubim se ha formado la palabra hebrea Tanak, que significa «la Biblia».
Los 24 libros de la Biblia hebrea son idénticos a los 39 que se incluyen en el Antiguo Testamento de las Biblias protestantes. Es decir, no contienen los libros deuterocanónicos. La diferencia en número se basa en contar cada uno de los doce profetas menores y en la separación, en dos libros cada uno, de Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras-Nehemías. Al unir el libro de Rut al de Jueces y el de Lamentaciones al de Jeremías, se identifican 22 libros; el 22 corresponde, además, al número de caracteres del alfabeto hebreo.
LA SEPTUAGINTA: EL CANON GRIEGO
Uno de los resultados del cautiverio de Israel en Babilonia fue el desarrollo de comunidades judías en diversas regiones del mundo conocido. En Alejandría, capital del reino de los Tolomeos, el elemento judío en la población de habla griega era considerable; y como Judea formaba parte del reino hasta el año 198 a.C., esa presencia judía aumentó con el paso del tiempo.
Luego de varias generaciones, los judíos de Alejandría adoptaron el griego como su idioma diario, y dejaron el hebreo para cuestiones cúlticas. Para responder adecuadamente a las necesidades religiosas de la comunidad, pronto se vio la necesidad de traducir las Escrituras hebreas al griego. Al comienzo, posiblemente la lectura de la Torá (que era fundamental en el culto de la sinagoga) se hacía en hebreo, con una posterior traducción oral al griego. Luego los textos se tradujeron de forma escrita. Ese proceso de traducción oral y escrita se llevó a cabo durante los años 250–150 a.C. La Torá (o Pentateuco, como se conoció en griego) fue la primera parte de la Escrituras en traducirse. Más tarde se tradujeron los profetas y el resto de los escritos.
Una leyenda judía, de la cual existen varias versiones, indica que desde Jerusalén se llevaron a setenta o setenta y dos ancianos hasta Alejandría para traducir el texto hebreo al griego. Esa leyenda dio origen al nombre Septuaginta (LXX), con el que casi siempre se identifica y conoce la traducción al griego del Antiguo Testamento.
El orden de los libros en los manuscritos de la Septuaginta difiere del que se presenta en las Escrituras hebreas. Posiblemente ese orden revela la reflexión cristiana en torno al canon.
EN PRIMER LUGAR, como en el canon hebreo, la Septuaginta incluye los cinco libros de Moisés o el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
LA SEGUNDA SECCIÓN presenta los libros históricos: Josué, Jueces, Rut, los cuatro libros de la monarquía (Samuel y Reyes), Paralipómenos (Crónicas), 1 Esdras (una edición griega alterna de 2 Cr 35.1 — Neh 8.13), 2 Esdras (Esdras-Nehemías), Ester, Judit y Tobit. Los libros de Judit y Tobit, y las adiciones griegas al libro de Ester, no aparecen en los manuscritos hebreos.
EN LA TERCERA DIVISIÓN se encuentran los libros poéticos y sapienciales: Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los cantares, Job, Sabiduría y Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sira). De este grupo, Sabiduría (escrito originalmente en griego) y Eclesiástico (escrito en hebreo) no se encuentran en el canon hebreo. El libro de los Salmos contiene uno adicional que no aparece en el canon hebreo: el 151, del cual existen copias tanto en griego como en hebreo.
La sección final de la Septuaginta incluye los libros proféticos: Isaías, Jeremías y Lamentaciones, junto a Baruc y la Carta de Jeremías, que no aparecen en el orden del canon hebreo; Ezequiel; y el libro de Daniel, con varias adiciones griegas: la historia de Susana, el relato de Bel y el Dragón y una oración de confesión y alabanza de 68 versículos entre los vv. 23–24 del tercer capítulo.
Los libros de los Macabeos (que pueden llegar hasta a cuatro en diversos manuscritos y versiones) se incluyen, como una especie de apéndice, al final de la Septuaginta.
En torno a los libros y adiciones que se encuentran en la Septuaginta, y no aparecen en las Escrituras hebreas, la nomenclatura y el uso lingüístico en diversos círculos cristianos no es uniforme. La mayoría de los protestantes identifican esa sección de la Septuaginta como «apócrifos». La iglesia católica los conoce como «deuterocanónicos».
«Apócrifos», para la comunidad católica, son los libros que no se incluyeron ni en el canon hebreo ni en el griego. Los protestantes identifican los libros que no se incorporaron en ninguno de los cánones como seudoepígrafos.
Los libros deuterocanónicos o apócrifos son los siguientes: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sira), Baruc, 1 y 2 Macabeos, Daniel 3.24–90; 13; 14 y Ester 10.4–16, 24. La mayoría de estos textos se conservan solo en manuscritos griegos.
Como ya dijimos, la Septuaginta hizo posible que los judíos grecoparlantes (en la diáspora y también en Palestina) tuvieran acceso a los textos sagrados de sus antepasados en el idioma que podían entender. Además, el texto griego dio la oportunidad a grupos gentiles de estudiar las Escrituras hebreas (Hch 8.26–40).
La iglesia cristiana se benefició sustancialmente de la traducción de la Septuaginta: la utilizó como su libro santo y le llamó «Antiguo Testamento». El texto en griego dio la oportunidad a los cristianos de relacionar el mensaje de Jesús con pasajes de importancia mesiánica (Hch 7; 8); les brindó recursos literarios para citar textos del canon hebreo en las discusiones con los judíos (Hch 13.17–37; 17.2–3); y jugó un papel fundamental en la predicación del evangelio a los gentiles (Hch 14.8–18; 17.16–32).
LA IGLESIA Y EL CANON
Una vez finalizado el período del Nuevo Testamento, la iglesia continuó utilizando la Septuaginta en sus homilías, debates y reflexiones teológicas. Una gran parte de los escritores cristianos de la época utilizaban libremente la Septuaginta, y citaban los libros que no se encontraban en el canon hebreo.
La iglesia Occidental, a finales del siglo IV, aceptó un número fijo de libros del Antiguo Testamento, entre los cuales se encuentran algunos deuterocanónicos que aparecen en la Septuaginta. Los teólogos orientales, por su parte, seguían el canon hebreo de las Escrituras. Tanto Orígenes como Atanasio insisten en que se deben aceptar en el canon únicamente los 22 libros del canon judío; y San Jerónimo, con su traducción conocida como «Vulgata Latina», propagó el canon hebreo en la iglesia Occidental.
A través de la historia, la iglesia ha hecho una serie de declaraciones en torno al canon de las Escrituras. Al principio, estas declaraciones se hacían generalmente en forma de decretos disciplinares; posteriormente, en el Concilio de Trento, el tema del canon se abordó de forma directa y dogmática.
El Concilio de Trento se convocó en el año 1545 en el entorno de una serie de controversias con grupos reformados en Europa. Entre los asuntos a considerar se encontraba la relación entre la Escritura y la tradición, y su importancia en la transmisión de la fe cristiana. Se discutió abiertamente la cuestión del canon, y se promulgó un decreto con el catálogo de libros que estaban en el cuerpo de las Escrituras y tenían autoridad dogmática y moral para los fieles. Se declaró el carácter oficial de la Vulgata Latina, y se promulgó la obligación de interpretar las Escrituras de acuerdo a la tradición de la iglesia, no según el juicio de cada persona. Además, el Concilio aceptó con igual autoridad religiosa y moral los libros protocanónicos y deuterocanónicos, según se encontraban en la Vulgata.
Entre los reformadores siempre hubo serias dudas y reservas en torno a los libros deuterocanónicos. Finalmente los rechazaron por las polémicas y encuentros con los católicos.
Lutero, en su traducción del 1534, agrupo los libros deuterocanónicos en una sección entre los dos Testamentos, con una nota que indica que son libros «apócrifos». Aunque su lectura es útil y buena, afirmó, no se igualan a las Sagradas Escrituras.
La Biblia de Zurich (1527–29), en la cual participó Zuinglio, relegó los libros deuterocanónicos al último volumen, pues no los consideraba canónicos. La Biblia Olivetana (1534–35), que contiene un prólogo de Juan Calvino, incluyó los deuterocanónicos aparte del resto del canon. La iglesia reformada, en sus confesiones Galicana y Bélgica no incluyó los deuterocanónicos. En las declaraciones luteranas se prestó cada vez menos atención a los libros deuterocanónicos.
En Inglaterra la situación fue similar al resto de la Europa Reformada. La Biblia de Wyclif (1382) incluyó únicamente el canon hebreo. Y aunque la Biblia de Coverdale (1535) incorpora los deuterocanónicos, en Los treinta y nueve artículos de la iglesia de Inglaterra se dice que esa literatura no debe emplearse para fundamentar ninguna doctrina. La versión King James (1611) imprimió los deuterocanónicos entre los Testamentos.
La traducción al castellano de Casiodoro de Reina (publicada en Basilea en 1569) incluía los libros deuterocanónicos, de acuerdo al orden de la Septuaginta. La posterior revisión de Cipriano de Valera (publicada en Amsterdam en 1602) agrupó los libros deuterocanónicos entre los Testamentos.
La Confesión de Westminster (1647) reaccionó al Concilio de Trento y a las controversias entre católicos y protestantes: afirmó el canon de las Escrituras hebreas. En su declaración en torno al canon, la Confesión indica que los deuterocanónicos (identificados como apócrifos) no son inspirados por Dios, y por lo tanto no forman parte del canon de la Escritura y carecen de autoridad en la Iglesia; indica, además, que pueden leerse únicamente como escritos puramente humanos. De esa forma se definió claramente el canon entre las comunidades cristianas que aceptaban la Confesión de Westminster.
El problema de la aceptación de los apócrifos o deuterocanónicos entre las comunidades cristianas, luego de la Reforma, se atendió básicamente de tres maneras:
1. Los deuterocanónicos se mantenían en la Biblia, pero separados (alguna nota indicaba que estos libros no tenían la misma autoridad que el resto de las Escrituras).
2. De acuerdo al Concilio de Trento, tanto los deuterocanónicos como los protocanónicos se aceptaban en la Biblia con la misma autoridad.
3. Basados en la Confesión de Westminster, se aceptaba la autoridad y se incluía en las ediciones de la Biblia únicamente el canon hebreo.
Luego de muchas discusiones teológicas y administrativas, la British and Foreign Bible Society decidió, en 1826, publicar Biblias únicamente con el canon hebreo del Antiguo Testamento. La Biblia Reina-Valera se publicó por primera vez sin los deuterocanónicos en 1850.
En torno a los apócrifos o deuterocanónicos, las iglesias cristianas han superado muchas de las dificultades que les separaban por siglos. Ya la polémica y la hostilidad han cedido el paso al diálogo y la cooperación interconfesional. En la actualidad grupos católicos y protestantes trabajan juntos para traducir y publicar Biblias. Esta literatura, lejos de ser un obstáculo para el diálogo y la cooperación entre creyentes, es un recurso importante para estudiar la historia, las costumbres y las ideas religiosas del período que precedió el ministerio de Jesús de Nazaret y la actividad apostólica de los primeros cristianos.
CANON DEL NUEVO TESTAMENTO
Para el exégeta bíblico, no solo es importante establecer cuál es el texto más original de la Escritura y analizar la historia interna de los diversos libros, sino también trazar los límites de la Palabra escrita, reconociendo por qué hay diferencia entre la INSPIRACIÓN de los libros canónicos y la de los demás ( CANON ). Aunque para hacer tal estudio es necesario valerse de inferencias en ciertas épocas, cuando el conocimiento de los datos es escaso, los rasgos generales del establecimiento del canon son claramente discernibles.
EL PERÍODO APOSTÓLICO
Jesús y los primeros cristianos no carecían de Escrituras; contaban con el Antiguo Testamento (Mc 12.24) y citaron de las tres divisiones reconocidas por el judaísmo (p. ej., Lc 24.44).
Convencida de la autoridad absoluta de Jesucristo y del Espíritu que Él envió, la Iglesia vio «cristianamente» las antiguas Escrituras; pues al lado del Antiguo Testamento apareció una norma superior. Para Pablo (1 Co 9.9, 13s; 11.23ss; 1 Ts 4.15), un dicho del Señor Jesús decidía tan categóricamente como una cita escritural toda cuestión de doctrina o ética. Desde luego, estas palabras del Señor no eran citas de ningún documento, puesto que los Evangelios aún no se habían escrito.
Al mismo tiempo, se desarrolló una nueva manifestación de autoridad. Pablo, al verse obligado a decidir sobre algún asunto, apeló a su calidad de comisionado por Jesucristo, poseedor del Espíritu divino (1 Co 7.25, 40; Gl 1.1, 7ss), y en esto no difirió de otros doctores apostólicos (Heb 13.18s; 3 Jn 5–10, 12; Ap 1.1–3). Esta autoridad fue viviente, actualizada en el mensaje, y no una garantía de status canónico para sus escritos. Pablo esperaba que sus cartas se leyeran en voz alta en las iglesias (p. ej., 1 Ts 5.26s), lo cual no implicaba que estos escritos (cf. Heb 11.32; 1 P 5.14) se colocaran al mismo nivel del Antiguo Testamento (aun Ap 22.18s no contradice esta regla).
Aunque la interpretación de 2 P 3.16 es discutida, el texto no parece enseñar que a las epístolas paulinas se les atribuye igual valor que a las Escrituras veterotestamentarias. En cuanto a la colección del corpus paulino, es probable que se llevara a cabo ca. 80–85 d.C. en Asia Menor, y que de una vez gozara de gran prestigio. (Misteriosamente este prestigio menguó en el siglo II.) No obstante, a fines del siglo I no existía el concepto de «canon escritural», como si la lista de los libros sagrados estuviera completa.
La existencia de.
1. una tradición oral y,
2. Apóstoles, profetas y sus discípulos hacía innecesario tal canon.
LOS PADRES APOSTÓLICOS
A finales del siglo I los primeros autores postapostólicos equiparaban la autoridad de «las Escrituras» (o Antiguo Testamento) y «los dichos del Señor Jesús», o «las palabras de los santos profetas» y «el mandamiento del Señor transmitido por los apóstoles» (1 Clemente 13.1s; 46.2–3, 7–8.). De igual manera, Ignacio de Antioquía nombró «los profetas [del Antiguo Testamento]» como antídoto contra la herejía, pero sobre todo «el evangelio» (Esmirna 7.2). Con todo, no hicieron referencia a ninguna forma escrita de los dichos de Cristo, y aunque en diferentes partes conocían algún Evangelio, no existía ninguna colección completa de EVANGELIOS.
Hacia 150 d.C., sin embargo, Papías, el autor de 2 Clemente y otros escritores patentizan conocer varios Evangelios, los cuales figuraban, según parece, entre los cuatro incluidos en nuestro canon. Hacia 170, Taciano compuso una narración continua de la vida de Jesús (Diatesarón) en la que utilizó estos cuatro, sin excluir materia apócrifa.
Conscientes de la distancia que los separaba de los tiempos apostólicos, los cristianos se dieron cuenta de la necesidad de definir un segundo canon. Al principio (Justino Mártir, ca. 155, propuso leer los «recuerdos de los apóstoles» en los cultos) este canon constaba solo de Evangelios, pero no tardó en formarse un segundo núcleo (escritos apostólicos).
LA INFLUENCIA DE MARCIÓN
El semignóstico Marción rompió con la iglesia en Roma (ca. 150); repudiaba el Antiguo Testamento con su «Dios vengador de la justicia» y quería sustituirlo por «el Dios de Jesucristo» y un nuevo canon en dos partes: un Evangelio (Lucas, mutilado) y diez cartas paulinas (se excluyeron las pastorales). Esta acción de un hereje aceleró la formación del canon eclesiástico, ya en marcha. Hacia 160–180 las iglesias corrigieron la lista, añadiéndole los otros tres Evangelios de uso popular, y Hechos y Apocalipsis; así llegaron a trece las cartas paulinas.
DE IRENEO A EUSEBIO
En su Contra las herejías (ca. 185), Ireneo citó como canónicos veintidós escritos del nuestro Nuevo Testamento, más el Pastor de Hermas, pero tenía reservas respecto a Hebreos, 3 Juan, 2 Pedro, Santiago y Judas. Impugna las aparentes revelaciones esotéricas de sus opositores, subrayando la derivación apostólica de las tradiciones eclesiásticas. En África, Tertuliano confirmó casi la misma lista y se empeñó en que se consagrara el canon de los Evangelios aunque no el de las Epístolas; otro tanto hizo al respecto Hipólito de Roma, discípulo de Ireneo.
De Roma procedió también el canon del Fragmento Muratoriano (ca. 195), el cual no se limitaba a una simple enumeración de los libros; traía datos sobre el autor y los destinatarios de los libros incluidos y explicaba por qué se rechazaron otros libros (p. ej., las Epístolas de «Pablo» a los laodiceos y a los alejandrinos). Incluyó, cosa curiosa, la Sabiduría de Salomón y el Apocalipsis de Pedro; este y el Pastor, no obstante, se recomendaba más para la lectura particular que para el culto. De nuestro canon actual solo faltaban Hebreos, 1 y 2 Pedro, Santiago y 3 Juan. El Nuevo Testamento no era todavía una unidad cerrada: en la época de Eusebio (ca. 320) los Padres citaban a veces como Escritura dichos de Jesús no consignados en nuestros Evangelios, Evangelios no canónicos (p. ej., De los hebreos), la Epístola de Bernabé, 1 Clemente, la Didajé, los Hechos de Pablo, el Pastor y el Apocalipsis de Pedro.
LA FIJACIÓN DEL CANON
Con la creciente divulgación de los diferentes escritos, y con más tiempo para conocer a fondo su valor relativo, tanto el ala oriental como la occidental de la cristiandad fijaron el canon que conocemos hoy. En el Oriente, el documento decisivo fue la trigésimo novena Carta pascual de Atanasio (367), con una lista idéntica.
Excepcionalmente, las iglesias de habla siríaca siguieron un proceso más lento para llegar al canon actual.
CONCLUSIÓN
La inclusión en el canon de ciertos documentos solo representó el reconocimiento eclesiástico de una autoridad ya inherente a ellos. En este sentido, la Iglesia no «formó» el canon; lo descubrió. Existieron tres criterios de canonicidad:
1. Atribución a un apóstol. Hubo excepciones. Por ejemplo, Marcos y Lucas se aceptaron como autores íntimamente asociados con los apóstoles.
2. Uso eclesiástico, o sea, reconocido por una iglesia prominente o por una mayoría de iglesias.
3. Conformidad con las normas de la sana doctrina. Sobre esta base había incertidumbre al principio respecto al cuarto Evangelio, pero luego se aceptó; en cambio, el Evangelio de Pedro, a pesar de su atribución apostólica, Serapión de Antioquía lo rechazó como docético.
En el siglo XVI, tanto la iglesia romana como el protestantismo reafirmaron, tras largo debate, su adherencia a la norma tradicional. Hoy ciertos teólogos liberales de ambas comuniones proponen que se establezca un «canon dentro del canon» y que se vuelva a excluir 2 Pedro, Apocalipsis, etc. El evangélico, sin embargo, al mismo tiempo que da más importancia a los criterios 2) y 3) que al 1), abraza el canon antiguo como la expresión escrita del plan de Dios, autoritativa, suficiente y plenamente inspirada.
CÁNONES JUDÍOS Y CRISTIANOS DE LAS ESCRITURAS
BIBLIA HEBREA (BH) SEPTUAGINTA (LXX) VULGATA (VLG)
Torá: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio
Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio
Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio
Nebi’im: Profetas Anteriores: Josué, Jueces, Samuel (2), Reyes (2)
Posteriores: Isaías, Jeremías, Ezequiel
Los doce: (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas Nahúm, Habacuc,
Libros históricos: Josué, Jueces, Rut.
Monarquía: Samuel (2), Reyes (2), Paralipómenos (2), Crónicas (2), Esdras (4)
**I, IV Esdras
II Esdras (=Esdras)
III Esdras (=Nehemías)
*Ester (con adiciones griegas)
*Judit
Libros históricos: Josué, Jueces, Rut, Samuel (2), Reyes (2), Crónicas (2), Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester
Macabeos (2)
Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías)
*Tobías, Macabeos (4)
*Macabeos (2), III, IV Macabeos
Quetubim:
Escritos: Salmos, Job, Proverbios, Rut, Cantar de los cantares, Qohelet (Eclesiastés), Lamentaciones, Ester, Daniel 1–12, Esdras-Nehemías, Crónicas (2)
Libros poéticos:
Salmos
**Odas, Proverbios, Eclesiastés
(=Qohelet), Cantar de los cantares, Job
*Sabiduría de Salomón
*Sabiduría de Jesús, ben Sira (=Siracida)
**Salmos de Salomón
Libros poéticos: Job, Salmos, Proverbios
Eclesiastés (=Qohelet), Cantar de los cantares, Sabiduría, Eclesiástico (=Siracida)
*Deuterocanónicos o Apócrifos
**Seudoepigráficos
Libros proféticos: Los doce: (=Oseas, Amós, Miqueas), Isaías Jeremías
*Baruc 1–5
Lamentaciones
Carta de Jeremías (=Baruc 6), Ezequiel
*Susana (= Daniel 13) Daniel 1–12
*Bel y el Dragón (= Daniel 14)
Libros proféticos: Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Baruc 1–6, Ezequiel, Daniel 1–14,
Los doce: (Oseas, Joel, Amós, etc.)

CRÍTICA TEXTUAL

El texto hebreo del Antiguo Testamento tomó forma a través de los años. Su historia comienza en la etapa de transmisión oral de los poemas, oráculos y narraciones, y continúa hasta la época de la producción y distribución de Biblias impresas en la Edad Media. En el largo proceso de transmisión textual del Antiguo Testamento se pueden identificar complejidades y problemas difíciles de resolver; sin embargo, el estudio de ese largo proceso de redacción y transmisión es fundamental para la comprensión adecuada de las dificultades que presentan las variantes y las diferencias entre los diversos manuscritos hebreos disponibles el día de hoy.
Gracias a importantes descubrimientos de manuscritos antiguos en el desierto de Judá, y a la continua y dedicada evaluación de esos documentos, poseemos el día de hoy una mejor comprensión de los problemas relacionados con la llamada «2 de octubre de 1997». Esta disciplina, aplicada a los manuscritos del Antiguo Testamento, estudia los diversos textos hebreos, analiza la relación entre ellos, evalúa las formas que se utilizaron para copiar los documentos y, además, intenta describir el proceso de transmisión de los manuscritos. La crítica textual moderna pondera principalmente la información que se obtiene de la transmisión de los diversos manuscritos; su finalidad no es explicar el crecimiento literario de los diferentes libros de la Biblia, sino evaluar científicamente los problemas relacionados con la transmisión de los documentos bíblicos. Los resultados de esta disciplina contribuyen considerablemente a la exégesis y a la comprensión de textos difíciles.
El texto del Antiguo Testamento ha llegado a la época actual en diversos idiomas y en diferentes versiones. Quienes estudian los manuscritos de los textos antiguos poseen el día de hoy documentos de más de dos mil años. Y, aunque muchos de estos «testigos» del texto bíblico son fragmentos breves, contribuyen de forma sustancial a la evaluación adecuada del texto bíblico.
La comparación y el análisis de estos diversos testigos es una preocupación fundamental de la «crítica textual». La necesidad de ese tipo de estudio textual de la Escritura se desprende de lo siguiente: diferencias entre los diversos «testigos» del texto bíblico; errores, correcciones y cambios en los documentos; y diferencias entre textos paralelos en los documentos estudiados.
La historia de la transmisión del texto hebreo del Antiguo Testamento es importante por varias razones: revela el cuidado con que los copistas trabajaron con los documentos a través de las generaciones; pone de manifiesto las posibilidades y las limitaciones de los primeros traductores e intérpretes de esta literatura; y sirve de base para comprender los problemas relacionados con la transmisión de textos sometidos a un proceso largo de traducción y reproducción. Ningún manuscrito original ha llegado hasta el día de hoy.
Los «autógrafos», es decir, los originales de los libros de la Biblia, no están disponibles para estudio. Únicamente poseemos copias de copias de manuscritos.
MANUSCRITOS HEBREOS
Para el estudio del texto del Antiguo Testamento, se dispone de manuscritos en hebreo y en otros idiomas. Esos «testigos» son la base fundamental de la crítica textual.
El análisis de los documentos requiere, en primer lugar, que se evalúen los textos hebreos; posteriormente las traducciones antiguas se retraducen al hebreo y se comparan con los manuscritos hebreos disponibles.
EL TEXTO MASORÉTICO
El texto hebreo que se ha preservado en los manuscritos que han servido de base para las ediciones contemporáneas de la Biblia Hebrea quedó prácticamente fijo luego del llamado «Concilio» de Jamnia, a finales del siglo I d.C. Se conoce como «masorético» porque su forma actual procede de la labor de los eruditos judíos llamados «los masoretas».
EL PENTATEUCO SAMARITANO
El pentateuco samaritano es un texto hebreo antiguo; su importancia reside en que es independiente a la tradición de los masoretas. El ejemplar conocido más antiguo es el texto de Abisha, y se conserva en la comunidad de Nabulus. Aunque los samaritanos sostienen que lo preparó Josué, «trece años después de la conquista de Canaán», la copia disponible se ha fechado en el siglo XI d.C.
LOS MANUSCRITOS DE QUMRÁN
Los manuscritos descubiertos en QUMRAN representan diferentes tradiciones textuales, incluyendo las del texto masorético y la del pentateuco samaritano. Esos descubrimientos proveen información valiosa en torno a la situación de los textos bíblicos en Palestina en un período de transmisión textual importante: ca. 250 a.C—68 d.C.
En Qumrán se han encontrado copias de todos los libros del Antiguo Testamento, con la posible excepción de Ester. Además, se han descubierto manuscritos de libros apócrifos y seudoepígrafos.
TRADUCCIONES ANTIGUAS
El objetivo de la «crítica textual» del Antiguo Testamento es identificar y evaluar las variantes en los textos hebreos disponibles. Para lograr ese objetivo es necesario estudiar, junto a los manuscritos hebreos, las versiones antiguas. Esas versiones están basadas en manuscritos hebreos antiguos que pueden ayudar en la comprensión de los problemas de transmisión textual. Entre las versiones antiguas más importantes se encuentran textos en griego, arameo, sirio, latín y árabe.
Aunque el estudio de las versiones en la «crítica textual» del Antiguo Testamento se mantendrá por los próximos años, su importancia ha disminuido. Los nuevos manuscritos descubiertos en el desierto de Judá anteceden por siglos las copias de los manuscritos de las versiones antiguas.
LA SEPTUAGINTA
La Septuaginta (LXX) o versión de los Setenta es la traducción al griego del Antiguo Testamento hebreo. Además de su contribución a los estudios del texto bíblico hebreo, esta versión es muy importante porque sirvió de base para la predicación evangélica primitiva: fue el vehículo literario de los evangelistas de la iglesia (Hch 8.26–40).
Representa la forma en que se utilizó el Antiguo Testamento durante la época apostólica.
El origen de la Septuaginta se relaciona con los judíos de Alejandría, por el año 250 a.C. Primeramente se tradujo al griego el Pentateuco, luego el resto del Antiguo Testamento. En el documento conocido como «La carta de Aristeas» se presenta el origen legendario de la versión.
OTRAS VERSIONES GRIEGAS
Otros textos griegos de importancia para el estudio del texto del Antiguo Testamento son: la versión de Aquila, la revisión de Teodocio y la versión de Symmachus.
La versión de Aquila (que fue un prosélito de Sinope, en Ponto, discípulo del rabino Akiba) es extremadamente literal. Aunque el traductor manifiesta buen conocimiento del griego, su objetivo era producir una traducción que reprodujera las particularidades del hebreo. Esa misma característica la hace útil para el estudio del texto hebreo.
Teodocio fue un prosélito, según la tradición de la iglesia, que en el siglo II d.C. revisó una traducción griega, basada en el texto hebreo.
Los estudiosos no están de acuerdo en la identificación del texto griego básico: para algunos era la Septuaginta; según otros, revisó un texto anterior.
Symmachus preparó una nueva traducción griega del Antiguo Testamento por el año 170 d.C. El objetivo era producir una versión fiel a la base textual hebrea y, al mismo tiempo, utilizar adecuadamente el griego. De acuerdo a Eusebio y San Jerónimo, Symmachus era un cristiano de origen ebionita; según Epifanio, un samaritano convertido al judaísmo.
Estas tres versiones griegas de la Biblia están incluidas en la gran obra de Orígenes.
El objetivo de «La Hexapla» era ayudar a los cristianos en sus discusiones exegéticas con los judíos. El volumen se organizó en seis columnas: 1) el texto hebreo; 2) el texto hebreo transliterado al griego; 3) Aquila; 4) Symmachus; 5) la Septuaginta; y 6) Teodocio. El orden de las versiones en la presentación corresponde a su relación con el original hebreo.
VERSIONES EN OTROS IDIOMAS
La Peshita es la traducción de la Biblia al sirio. La calidad de su traducción varía de libro en libro; en algunas secciones es literal, y en otras es libre. La base textual es similar al Texto masorético.
Los tárgumes son traducciones expandidas del texto hebreo al arameo. Su utilidad en los estudios textuales del Antiguo Testamento varía entre tárgumes y entre libros. Por lo general, la base textual son manuscritos en la traducción masorética.
A partir del 389 d.C., San Jerónimo se dio a la tarea de traducir el Antiguo Testamento al latín, utilizando como base el texto hebreo, no la Septuaginta como era la costumbre cristiana. Aunque el traductor tenía un buen dominio del hebreo, la traducción revela un interés particular por destacar las implicaciones mesiánicas del Antiguo Testamento. El texto básico de la traducción es del texto masorético.
PROBLEMAS TEXTUALES
Uno de los objetivos de la crítica textual es, en primer lugar, identificar las dificultades en el texto hebreo para, posteriormente, remover los errores que se han incorporado en los manuscritos. Esa finalidad requiere una comprensión clara de la naturaleza y la forma que manifiestan esos posibles errores textuales. Muchos factores pueden propiciar la incorporación involuntaria de errores en un manuscrito; por ejemplo, la lectura y la comprensión adecuada se dificulta cuando el texto que sirve de base para la traducción o el copiado esta en mal estado físico, o simplemente por la fatiga del escriba.
Los problemas textuales en los manuscritos del Antiguo Testamento se pueden catalogar de dos formas: los errores involuntarios relacionados con la lectura y escritura de los textos; y los cambios textuales debidos a las alteraciones voluntarias introducidas por los copistas.
Los errores involuntarios incluyen los cambios textuales introducidos en los manuscritos cuando los escribas escuchaban, leían o copiaban erróneamente alguna letra, palabra o frase. Entre esos errores se pueden identificar los siguientes:
1) confusión de letras similares (Is 28.20);
2) transposición de letras (Is 9.18);
3) haplografía: omisión de letras o palabras similares (Is 5.8; Is 38.11);
4) ditografía: repetición de alguna letra, palabra o frase (Is 30.30);
5) omisión de palabras similares o que tienen terminaciones idénticas (Is 4.5–6);
6) errores en la unión o división de palabras (Am 6.12; Is 2.20);
7) vocalización equivocada (Is 1.17); y;
8) incapacidad de distinguir abreviaturas.
Las alteraciones voluntarias de los copistas tienen el objetivo de superar dificultades textuales o teológicas. En ese período de transmisión textual, los manuscritos aún no se consideraban inalterables, y los escribas deseaban hacer bien su trabajo de transmitir y restaurar el verdadero texto. En sus labores podían evitar incomprensiones del mensaje y dificultades en la lectura de los textos. En algunas ocasiones, las añadiduras son letras o palabras que confirman una posible interpretación del texto. Como los manuscritos se utilizaban para la lectura pública en la liturgia, otras alteraciones intentaban evitar palabras raras, que podían malinterpretarse o pronunciarse mal (Is 39.1), o sustituir expresiones que podían ser religiosamente ofensivas (Job 1.5, 11; 2.5, 9). Las glosas y adiciones textuales pueden incluirse entre las alteraciones voluntarias de los copistas (1 R 18.19; cf. vv. 22–40).